José Martí y la escena musical norteamericana

Abr 02, 2015

 Por: Pedro Norat Soto

Abrir un añejo cofre, dejar escapar empolvados misterios y rodearte de una aureola de exotismo, esa son imágenes apropiadas para describir el encanto mágico de una lectura de textos de José Martí.

Pero en el caso que me ocupa pienso más en el acto de destapar una antigua ánfora para liberar al genio encerrado en ella. El recién liberado, que no siempre es un sujeto maligno, gira alrededor de uno, ganoso de desentumir el cuerpo.

A su paso esparce un halo de ideas, que cual nube de polvo penetra en nosotros.

Así ocurre cuando abrevamos en las fuentes martianas. A cada sorbo, un nuevo brote de ideas renovadas. A cada gusto conocido, un sabor nuevo.

Es un proceso inmanente a cada relectura.

De esta suerte, resulta casi imposible desuncirse del enjambre de sugerencias que emanan al repasar las evaluaciones martianas sobre la escena musical martiana.

Es conocido que desde que se inicio en el oficio del periodismo, el Héroe cubano dedicó varias miradas al arte de los sonidos y el tiempo.

Más, fue en   los años de su mansión de casi tres lustros en los Estados Unidos (1880-1895), cuando pudo tener acceso a una actividad musical más intensa, que supo reflejar, en su peculiar manera, a través de sus Escenas norteamericanas.

En esa enjundiosa papelería encontramos textos dedicados a los grandes conciertos y las funciones de ópera que se suceden en la capital estadounidense.

Durante su estancia en la gran orbe norteña tuvo oportunidad de asistir y reseñar varios conciertos musicales y ponderar obras de Georg Haendel, Louis Héctor Berlioz y, sobre todo, de Richard Wagner, un verdadero boom en la época. Las óperas de Wagner, escribió entonces, aderezadas con grandísimas riquezas, tienen llenos los teatros¨

Al Maestro, sin embargo, no solamente lo atrajeron las grandes luminarias, sino que también supo reconocer la música que brotaba de las distintas partes de la ciudad.

Su atención se desplazó de la gran escena, a las calles lodosas por la llovizna de octubre; para pulsar el sentir del bravo gentío, agolpados en las paradas de fiestas y en los desfiles más o menos organizados desfile al tropel del gentío que busca sitios de observación ventajosos.

No olvida entonces la cotidianidad urbana callejera, en donde un pianista ruso toca melodías de Piotr Tchaikovski,   para que los transeúntes pasen a ver un torneo de ajedrez mientras suena un tamboril eléctrico invitando a disfrutar del teatro de los minstrels

Ninguna otra forma de canción y teatros populares surgida a principios del siglo XIX en los Estados Unidos fue tan influyente o tan típica, como el espectáculo teatral cómico llamado minstrel show. En estas representaciones, que surgieron en la década de 1820 y desaparecieron bien entrado el siglo XX, actores blancos disfrazados se tiznaban la cara y cantaban, bailaban y contaban historias.

A ellos se refiere el cubano cuando habla de ¨… los bufos (…) que en sus chanzas, canciones y sainetes, sacan siempre a lucir las cosas públicas, y los vicios y las manías en boga en los gobernados y los gobiernos ¨.

Estos cómicos juglarescos se apropiaron libremente de la música folclórica hasta la ópera, pero al propio tiempo, crearon un sonido que comunicaba los atributos de la vida estadounidense: lacónica, tenaz, llena de jerigonza y disparatada comicidad.

Sus presentaciones eran, en lenguaje martiano, comedias domésticas, en que se imitan con tramas inocentes y burdas, los caracteres varios, y en su mayor parte groseros que echa sobre este país, el mundo moderno.

Importa destacar que en estos espectáculos se encontraban las semillas del moderno baile tap, las canciones comerciales y las comedias musicales.

Justamente la comedia musical nació en Estados Unidos en la segunda mitad de la decimonovena centuria, con un fuerte núcleo en Broadway, Nueva York.

Hay varias crónicas de Marti que reseñan los estrenos de este importante escenario y en ellas subraya uno de sus   rasgos más comunes, a saber: el impacto de fortísima inmigración con una población urbana compleja y de muy distintos orígenes étnicos y culturales. A menudo ni siquiera hablan inglés .Estos colectivos representan una vasta audiencia potencial para el musical, porque esta forma de entretenimiento era capaz de atraer con facilidad el interés del público con una historia que era claramente evidente en el desarrollo del espectáculo, sin necesidad de tener un profundo conocimiento del idioma, y que al mismo tiempo visualmente atractiva.

Un elemento a no desdeñar es que nuestro compatriota frecuentaba Broadway por varias razones, entre ellas, motivos laborales, ya que la redacción de la revista La América, con la cual colaboró desde marzo de 1883 y que dirigió algún tiempo, se encontraba, precisamente, en esa importante arteria vial.

La recepción del mensaje martiano quedaría incompleto, si no destacáramos un elemento muy sintomático en   las apreciaciones del más universal intelectual del novecientos cubanos: los teatros, más que divertir, fatigan. Y como buen analista apunta la causa: el arte se resquebraja ante el creciente mercantilismo.

Por fortuna, nos dice, la gente llana de todos los pueblos de la tierra son buenas, y el olor del mercado viene suavizado y bruñendo la literatura y la música.

La salvación del arte musical en los Estados Unidos está en lo que José Martí califica como ¨ gente llana ¨, para alejarse de terminologías con implicaciones socio- clasistas.

Pero lo más importante está en percibir que aquel es un arte en formación, donde se entrecruzan muchos componentes del amplio espectro multicultural europeo, que aún no han logrado mezclarse o transculturarse, al decir de Don Fernando Ortiz.

Es en este sentido en el que hay que entender lo que afirma Marti cuando escribe que este es ¨ un pueblo naciente en cosas de arte ¨. Faltó a la aprehensión martiana de esta realidad ponderar con mayor detenimiento y hondura, la influencia de los afroamericanos en la música estadounidense.

Esta comenzó en el siglo XIX con la llegada del Black Minstrel,   respuesta negra al minstrel show, al que aludimos con anterioridad y en los cuales, los afrodescendientes comenzaron a incorporar una gran variedad de temas espirituales cristianos.

Ya a finales del siglo, la música afroamericana formaba parte integral de la música estadounidense, principalmente con la difusión del ragtime, cultos músicos se asociaron   a movimientos artísticos como Harlem Renaissance (Renacimiento de Harlem) que fue el reavivamiento del arte en la gran nación del Norte, sobre todo con la eclosión del jazz, y otras tendencias de la literatura y la pintura, y así como la lucha   de los derechos civiles.

Este proceso sin embargo, escapó al cuadro de consideraciones ideo-estéticas de José Marti, que ya para esa fecha estaba entregado por completo a su empresa mayor de organizar y dirigir la guerra necesaria.

Tomado del Portal José Martí