Una Cumbre, dos Américas
A comienzos de la década de los 90 del siglo pasado, Estados Unidos estaba eufórico. Apenas salía de su sorpresa por la caída del campo socialista y se ajustaba el nuevo traje de superpotencia global en solitario, cuando decidió desempolvar sus fracasadas ideas panamericanistas.
El sueño de Washington era crear un solo mercado desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, y buscó darle un bautismo de lujo al proyecto. La primera Cumbre de las Américas, celebrada en la ciudad de Miami a finales de 1994, debía ayudar a implementar lo que se conocía como el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas).
Cuba, que resistía los más fuertes embates del periodo especial, no fue invitada, a pesar de que la Cumbre era un mecanismo independiente de la Organización de Estados Americanos (OEA), de la cual había salido desde 1962 por mandato de la Casa Blanca. Estados Unidos utilizaría después presiones y manipulaciones de todo tipo para mantener esa excepción.
La cita hemisférica se repitió en Santiago de Chile en 1998. Luego se estandarizaron los plazos de tres años y se abordaron temas variados en los encuentros de Canadá (2001), Argentina (2005), Trinidad y Tobago (2009) y Colombia (2012).
La alegría inicial de Washington duraría poco. La victoria electoral del Comandante Hugo Chávez en Venezuela a finales de siglo marcó la arrancada de uno de los procesos de transformaciones sociales más profundos que ha vivido América Latina y el Caribe. Era el comienzo del fin de “una larga noche neoliberal” que dejó a la región endeudada hasta el cuello y amplió su histórico saldo de miseria y de-sigualdad.
Si Miami quería darle vida al ALCA, la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, Argentina, fue su entierro oficial, con el protagonismo indiscutible de Chávez y el presidente anfitrión, Néstor Kirchner, cuyo país apenas comenzaba a salir de la bancarrota en que había quedado tras la vorágine neoliberal.
Los triunfos de nuevas fuerzas políticas de izquierda en países como Brasil, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Uruguay transformaron radicalmente el balance de fuerzas en la región, que empezó a buscar alternativas de integración propias. De ese espíritu nacieron la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América- Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), Petrocaribe, Unasur y finalmente el más anhelado de todos, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Aunque el tema estuvo presente desde la primera cita en Miami, fue esa nueva región la que sostuvo con fuerza que cualquier cita hemisférica estaría incompleta sin la presencia de Cuba.
En este escenario, incluso la OEA levantó las sanciones vigentes contra nuestro país desde 1962 aunque las autoridades y pueblo cubanos han dejado claro en más de una ocasión que no regresarían a ese desgastado mecanismo hemisférico.
Tanto en la V Cumbre realizada en el 2009, en Puerto España, Trinidad y Tobago, como en la VI en Cartagena, Colombia, en el 2012, se dejó sentado que dejar fuera a Cuba era un error histórico que debía corregirse cuanto antes.
Ecuador incluso decidió ausentarse de Cartagena en protesta por esa exclusión. Venezuela, Nicaragua y Bolivia plantearon que no asistirían a otra cita cimera de las Américas sin Cuba y recibieron el apoyo de Brasil, Argentina y Uruguay, igual postura asumió la Comunidad del Caribe. México y las restantes naciones se pronunciaron en el mismo sentido.
La VII Cumbre de las Américas, pactada para celebrarse a comienzos de abril de este año en Panamá, se llenó de polémica y muchos se preguntaron si Estados Unidos estaría dispuesto a echar por tierra un mecanismo que él mismo había creado con tal de no tener que compartir el mismo aire de un líder revolucionario cubano.
La disyuntiva de Washington vino por la decisión del gobierno de Panamá, encabezado por Juan Carlos Varela, de soberanamente escuchar el llamado de la región y extender la invitación a nuestro país, la cual fue aceptada.
NUBARRONES SOBRE LA CUMBRE DE PANAMÁ
La atención sobre la Cumbre de Panamá aumentó aún más tras los anuncios del pasado 17 de diciembre, cuando los presidentes Barack Obama y Raúl Castro hicieron público su acuerdo para el restablecimiento de nexos diplomáticos y el inicio de un largo y complejo proceso hacia la normalización de las relaciones.
Ese acontecimiento histórico era impensable sin la nueva época que vive nuestra región, y el sólido y valiente reclamo de los gobiernos y pueblos de América Latina y el Caribe en todos los foros posibles.
Panamá se vislumbraba entonces como una oportunidad para superar algunas de las asperezas de más de 50 años de agresiones, bajo la mirada de una región que unánimemente exige el levantamiento del bloqueo contra nuestro país, así como un trato de respeto entre las dos Américas.
Sin embargo, el 9 de marzo pasado Washington cambió totalmente esa tónica al publicar una orden ejecutiva contra Venezuela, declarando a ese país como una “amenaza” a su seguridad nacional.
“Durante mi gobierno EE.UU. se relacionará con América Latina a través de la cooperación y el respeto, pero para ello, es necesario pasar las páginas de la historia a fin de poder avanzar hacia un futuro de prosperidad”, había dicho el recién electo presidente Obama en la Cumbre de Trinidad y Tobago, en el 2009.
No obstante, contradijo esas palabras al incluir a un país pacífico y soberano en una categoría que ha sido utilizada antes por la Casa Blanca para agredir e incluso invadir a otras naciones.
El rechazo mundial, pero especialmente de las naciones latinoamericanas y caribeñas, no se ha hecho esperar.
Los países miembros del ALBA-TCP sostuvieron este mes una Cumbre Extraordinaria en Caracas para acordar su posición de cara a la cita de Panamá y acordaron hacer escuchar sus voces en ese foro.
En su discurso, el General de Ejército Raúl Castro, aseguró que la orden ejecutiva del 9 de marzo demuestra que Estados Unidos puede sacrificar la paz y el rumbo de las relaciones hemisféricas y con nuestra región por razones de dominación y de política doméstica.
“Los hechos demuestran que la historia no se puede ignorar. Las relaciones de Estados Unidos con América Latina y el Caribe han estado marcadas por la Doctrina Monroe y el objetivo de ejercer dominación y hegemonía sobre nuestras naciones”, añadió.
Los miembros del ALBA-TCP decidieron participar activamente en la cita de Panamá y alzar sus voces en solidaridad con Venezuela, así como mostrar su firme apoyo al proceso de diálogo para el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, e instar a Obama a que utilice sus prerrogativas presidenciales para cambiar la aplicación del bloqueo.
La próxima cita será entonces un nuevo encuentro entre dos Américas, dos proyectos históricos y políticos distintos, que necesitan construir una nueva relación, basada en los principios que recoge la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, tales como el derecho inalienable de todo Estado a elegir su sistema político, social y cultural, y la prohibición del uso o la amenaza del uso de la fuerza.
El próximo 10 de abril se abre el telón. Veremos entonces si se trata de un nuevo capítulo o la repetición de una vieja historia.
Tomado de Granma