Si yo fuera el médico de Obama

Mar 19, 2016

19 de marzo, 2016

Por Pastor Batista Valdés 

No sé qué consejos, observaciones, chequeos, recomendaciones… le habrá hecho en las últimas horas al presidente Obama su médico personal, o el equipo de especialistas encargado de su salud.

Ese "insignificante" detalle ha acudido a mi mente, mientras me llega el tintineo informativo de otras teclas, en torno a una visita que realmente ya hace historia, aún sin ocurrir.

Pero si yo fuera el médico del actual presidente norteamericano y, por supuesto estuviera al tanto de la realidad cubana, me sentiría bastante preocupado. No porque un descarriado mosquito pueda picar al mandatario, o porque pueda exagerar degustando un plato criollo, ser víctima de una gripe y mucho menos de una agresión física o verbal. No, nada de eso. Alguien bien informado conoce y re-conoce a ojos cerrados y pecho abierto el grado de salud y de seguridad que respira y transpira este Archipiélago, desde hace más de medio siglo, muy a pesar de “tormentas y embates” de todo tipo, aunque casi siempre desde y en el mismo sentido sin sentido.

No. La preocupación más bien tendría que ver con lo interno, porque no sé, de verdad, si en el fondo Obama esté preparado para apreciar, admitir y soportar las muestras que quizás nunca ha visto, ni imaginado, en términos de respeto, de sinceridad, de educación, por parte de niños, jóvenes, adultos, ancianos, personas de todos los sectores, orígenes, creencias, afiliaciones… 

Así ha ocurrido durante décadas con cuanta personalidad visita a Cuba. ¿Por qué habría de ser diferente ahora? El cubano sabe —y no olvida— de inmerecidas llagas, históricas y ultramarinas, sobre su piel. ¡Pero cuánto decoro lleva por debajo y por encima de ellas!

De modo que, prepárese Señor Presidente a ver en las miradas —y en este país  siempre se mira a los ojos— la esencia exacta del discurso o de la palabra con aroma de verdadero pueblo. Dispóngase a ver sonrisas ciertas y espontáneas, sencillez congénita, rica humildad, manos que ofrecen, fino olfato, oídos atentos, vergüenza a prueba de principios sin fin… de veras.

Camine, ande, pregunte, converse, intercambie, no duerma (si lo prefiere), haga suya la siempre tranquila y segura madrugada cubana, cargue con ella y con el día completo y repleto para su país; llévese cuantas vivencias y emociones le permita la aduana de sus sentimientos. No se pre-indisponga y mucho menos se bloquee a sí mismo, ni por un instante… porque apuesto a que no tiene usted idea de lo que significa estar bajo efectos de bloqueo años y años. 

Pero sobre todo, échele de vez en vez un vistazo a su médico personal. Si él es bueno de verdad —y eso nadie lo pondría en duda— bastará con una fugaz mirada entre ambos para que el doctor sepa si las presidenciales agujas del pulso suyo, la tensión arterial, el compás respiratorio y otros “relojes” naturales del organismo andan como de costumbre, o si, por algún “extraño y divino” motivo han empezado a dispararse, para bien, “fuera de revoluciones”.