Migraciones: una puerta se cierra y otra se abre
Por: Miguel Ángel Ferrer
Hace ya muchos años que la migración de mexicanos hacia Estados Unidos encuentra crecientes dificultades: mayores costos, más represión, más y mayores peligros. Ello ha conducido a una caída en el número de migrantes mexicanos. Pero las migraciones hacia EU no cesan.
Ahora esas migraciones tienen un origen geográfico distinto y diverso: hondureños, salvadoreños y cubanos entre los más visibles. Pero hay también migrantes de origen africano, asiático, brasileño, venezolano, colombiano, español, peruano.
Pero ante las nuevas y draconianas restricciones para el internamiento en suelo estadounidense, esta creciente migración se ve obligada, contra su voluntad, a permanecer en México.
Este fenómeno, aunado al menor éxodo de mexicanos, está generando un radical cambio en la calidad migratoria de México: de país de expulsión está pasando a convertirse en tierra de destino.
El nuevo fenómeno migratorio apenas está en formación, pero no hay señales en el horizonte de que pueda detenerse o revertirse, sino más bien de lo contrario: su aceleración y crecimiento sostenidos.
Como siempre ocurre, esta nueva migración está compuesta de personas jóvenes. De individuos en plena capacidad productiva. Y también de niños, solos o acompañados, que igualmente participan en actividades económicas.
La mutación migratoria mexicana acontece en momentos en que el país azteca experimenta un sostenido proceso en envejecimiento demográfico. De modo que están llegando nuevos brazos para sustituir a los envejecidos.
Una reedición, digamos, de la historia demográfica vivida por Europa con la migración africana, árabe o subsahariana.
Todo esto llevará a México a replantearse su política migratoria. Acogida en vez de expulsiones, abrigo en lugar de abandono, legalización en vez de criminalización. Asimilación en lugar de xenofobia. Solidaridad y no hostilidad.
El cierre de la puerta estadounidense ha dado lugar a la apertura de la puerta mexicana. Todavía, es verdad, a regañadientes y sin mucha claridad. Pero no hay alternativa. Habrá que hacer de la necesidad virtud. Y lo mismo tendrán que hacer los migrantes en busca del sueño americano: acogerse a la nueva realidad, la que, por cierto, no es tan mala. Sobre todo comparada con la muy dura y doliente vida que les esperaría al norte del río Bravo.
Digamos que la aventura migratoria centroamericana (y otras) puede tener un final inesperado pero feliz. Españoles, chilenos, uruguayos, guatemaltecos y árabes, entre otros, pueden dar fe de ello.