Los retos de la cultura política mexicana.

Feb 17, 2020

Por: MSc. Guenady H. Montoya Orozco

El concepto de cultura política, pareciera fácil de explicar, sin embargo, el tema es complejo pues cada país tiene su propia cultura política que evoluciona dialécticamente en las clases y grupos sociales que lo habitan, por ello “no puede existir si no se vincula con el contexto más general en el que ella se desarrolla”.

La cultura política es un factor condicionante en la participación política del ciudadano, ya sea de manera activa o pasiva en las decisiones políticas que repercuten en las esferas de vida de la sociedad. La cultura política es un componente fundamental de la relación Estado-sociedad civil.

Como cualquier otra manifestación cultural, lleva en si elementos de continuidad o ruptura y es expresión importante del sentido de pertenencia de los ciudadanos de cualquier nación.

Es así que, el individuo, a través de un conjunto de particularidades histórico-concretas va adquiriendo y adoptando convicciones políticas que se forman a través de agentes socializadores como la familia, guarderías, escuelas primarias, así como de nivel medio y superior; partidos políticos, ONG ́s, organizaciones políticas y medios de difusión masiva. Estos últimos, como se sabe, responden a intereses concretos y lejos de ser imparciales, en la mayoría de los casos toman partido a favor de los intereses que representan.

En este sentido, las transnacionales de la información que inciden a nivel local, regional y global desempeñan un papel crucial en la conformación de la cultura política de cualquier grupo social, incidiendo directa y subjetivamente en los actores sociales.

En la historia de México, la cultura política de la Nación, ha exhibido tradicionalmente un profundo sentimiento independentista y a favor de la soberanía nacional, trayendo consigo el respeto a la patria, al pueblo obrero y campesino, estos valores fueron construyendo una cultura política inclusiva, lo que ha servido de acicate para la búsqueda de la emancipación intelectual e informativa que propicie este fenómeno inclusivo.

En pos de estos objetivos, se generaron movimientos sociales que marcaron hitos en la historia mexicana como el movimiento de independencia, de reforma y la revolución mexicana, luchas sociales que tenían consigo la participación de clases, de vocación libertaria, con el objetivo de cultivar de manera gradual el sentido de pertenencia e identidad nacionales, cimentando vínculos estrechos entre la sociedad civil y política.

En estas luchas encabezadas por actores políticos destacados para la historia de México y Latinoamérica, impulsaron importantes rasgos de la cultura política en el país.

Durante el periodo post-independiente, en 1857, Benito Juárez, de origen indígena y con tendencias liberales, sentido moral de generosidad y respeto; pretendía una ruta independiente con visión estructurada de la organización del estado libre, laico y constitucional, su accionar en este sentido, perduró como base fundamental para la construcción de la Nación, forjando la soberanía e independencia que el país requerían para poder emprender el camino de inclusión del pueblo.

Posteriormente, Emiliano Zapata, en la etapa de la revolución (1910-1917) fue, entre otros, el representante de las culturas originarias del sur, tratando de reivindicar los aspectos culturales de respeto y vinculación con la naturaleza de usos y costumbres de los pueblos autóctonos, al tiempo que pretendía la inserción de estos en la cada vez más “evolucionada” cultura política, con la visión de un modelo inclusivo de los pueblos originarios, tomando en cuenta que aborrecía la esclavitud, el abuso y la exclusión, bajo una concepción de política social y respeto al trabajador campesino.

Durante la etapa post-revolucionaria, específicamente en la presidencia del Gral. Lázaro Cárdenas (1934-1940) se caracterizó por la consecución de los objetivos de las anteriores revoluciones sociales, institucionalizando los lazos entre sociedad civil-sociedad política, permitiendo una activa participación en la toma de decisiones políticas, respaldadas por una decisión colectiva que sirvió como mecanismo de legitimación del gobierno. Su base social creaba una corriente nacionalista y tenía la firme convicción de consumar las aspiraciones de la revolución, así como seguir en la construcción de una Nación soberana, basándose en la constitución de 1917, de ahí las expropiaciones no solo petroleras sino agrícolas colectivas y entronizando los derechos laborales.

Este conjunto de acciones formaron parte del llamado “Nacionalismo Revolucionario”, logrando estabilidad nacional y dignificando el papel del pueblo, abriendo el camino para consolidar las metas planteadas desde el liberalismo de Juárez hasta las causas de justicia sociales de la revolución y sus principales motivos de movilización, luchando por erradicar la exclusión, forjando una esfera motivacional para el pueblo mexicano y a su vez estimular su conducta política, heredando el interés por conocer toda actividad de esta esfera.

A pesar de estos esfuerzos para forjar una cultura política propia, soberanista, nacionalista e independentista, en las últimas décadas han incidido en la transformación de ésta, factores como los derivados de la cultura de otros países, en particular de Estados Unidos de América, que a través de poderes transnacionales radicados en México y en cooperación con fuerzas internas que favorecen intereses particulares por encima de los nacionales, en su mayoría herederos de las élites de hacendados latifundistas e incluso caudillos que con el paso del tiempo se convirtieron en empresarios o fundadores de partidos políticos, con el fin de impulsar un sistema multipartidista presuntamente de carácter “representativo” que les permitió mantener y acrecentar su poder político para continuar con el clasismo y desigualdad, haciéndola de carácter individualista y egoísta, utilizando todos los agentes de socialización política, que en su mayoría están en su poder, en específico los medios de difusión masiva y las instituciones educativas en todos los niveles, amenazando “los mejores valores de la cultura humana, los aportes éticos y hasta satanizar la subjetividad de los sujetos sociales” generando fragmentación social.

Esta situación no ha permitido la continuidad de una cultura política de conciencia colectiva característica en las épocas anteriormente mencionadas en México y que posicionaron a este país a nivel local, regional y global.

Sin embargo, en este contexto de ruptura de valores históricos, en las elecciones residenciales del 1 de julio de 2018, la población electoral mexicana decidió elegir a Andrés Manuel López Obrador, representante de corte progresista como jefe del Ejecutivo con más de 30 millones de votos, abriendo paso a una nueva etapa en la historia política de México. Ante este complejo escenario, los retos para rescatar y mantener los elementos inclusivos y progresistas de la cultura política tradicional mexicana son de gran envergadura ante la pérdida de valores como la solidaridad, patriotismo y el sentido de pertenencia que han provocado que México no conquiste el desarrollo en las esferas social, político y económico que se han objetivado históricamente.

En este contexto, urgen acciones que permitan la transformación en favor de la prevalencia de los elementos progresistas que tradicionalmente han caracterizado la cultura política mexicana como lo es nuestra identidad histórica, la erradicación de la apatía hacía temas políticos de los cuales ningún individuo es ajeno; al tiempo que sea progresiva y gremial para buscar el bien común sin importar condición económica, corriente ideológica, partidista, religiosa o de preferencia sexual y así proponer, fortalecer e incluso modificar las decisiones y acciones políticas que inciden en todas las esferas de la vida, entronizando un pensamiento único que defienda a la Nación y su desarrollo.