La batalla venezolana contra la Carta Democrática de la OEA
3 de junio, 2016
Por Pablo Valiente
El perro huevero siempre vuelve por sus fueros, aunque le quemen el hocico. Eso está ocurriendo con el trasquilado Secretario General de la Organización de Estados Americanos, OEA, Luis Almagro, quien emplazó ayer al Consejo Permanente del organismo hemisférico a decidir si le aplica la Carta Democrática a Venezuela. "Hoy más que nunca urge fecha reunión Consejo OEA para abordar Carta Democrática #Vzla #DemocraciaEnVzlaYA", escribió Almagro en la red social Twitter, con un discurso que emula con el del vociferante jefe del parlamento venezolano Henry Ramos Allup.
Su reacción expresa todo el berrinche por la derrota de sus planes y por los indignados reproches de las delegaciones nacionales a su conducta lacayuna, injerencista y excedida en prerrogativas, así como el rencor y desprecio hacia Venezuela y sus diplomáticos, que se comportaron a la altura de su heroico pueblo. Almagro ha llegado a descalificar a la declaración resultante de la negociación y el consenso mayoritario y, oportunistamente, ha salido a respaldar la iniciativa de la Unión de Naciones Suramericanas y de los expresidentes José Luis Rodriguez Zapatero, de España, Leonel Fernández, de República Dominicana, y Martín Torrijos, de Panamá, proponiendo que impresentables personajes del peor sainete político iberoamericano, como José María Aznar, Oscar Arias y otros, se sumen al esfuerzo... para corromperlo.
Como se sabe, la Carta Democrática Interamericana fue una imposición de Estados Unidos a la región, acordada en la III Cumbre de las Américas celebrada en Quebec, en abril de 2001, e impulsada por los gobiernos neoliberales de aquel momento en la 28 Asamblea General de Lima, en septiembre del mismo año. Luis Alfonso Dávila, un exmilitar y exdiplomático libre toda sospecha por su furibundo antichavismo, dijo entonces que la Carta “era un proyecto con poco aliento de pueblo, sin definiciones en cuanto a la lucha contra la pobreza, un proyecto con un cierto sesgo punitivo que podía quebrantar, incluso, algunos fundamentos de la Carta de la OEA… y que establecía una débil relación entre democracia y derechos humanos, no hablaba de la defensa del ambiente, de los derechos de la mujer, de los pueblos indígenas, de los trabajadores ni de la igualdad de género... [en el que] el concepto de soberanía aparecía desdibujado…”
No se sabe si Almagro, que en aquellos años sí se dedicaba a la diplomacia y no a la guerra, conocía de esto. Lo cierto es que procedió a montar en Washington el show para enjuiciar a Venezuela con un despliegue mediático inusitado, que contó con el respaldo incondicional de la gran prensa transnacional y de algunos personajillos de poco, triste y ningún recuerdo, así como se lució en un enfrentamiento personal muy visceral e indigno con el presidente constitucional de Venezuela, el compañero Nicolás Maduro.
Uno tras otro, comenzó a cometer disparates, como el de conceder a representantes de la oposición parlamentaria la representatividad del gobierno bolivariano. Con su ayuda y la de otros “smart advisors” (dicho así, “asesores inteligentes”, en su idioma), construyó un informe de 132 páginas plagado de mentiras, manipulaciones y denuncias, en el cual codificó ocho recomendaciones injerencistas del organismo hemisférico que eran, a su vez, las demandas de los opositores al gobierno venezolano.
Para garantizar el éxito de su campaña, se requería sorprender a las autoridades de Caracas y a todas las delegaciones que no formaran parte del plan. Por eso, el Secretario General negoció en secreto con algunos países y reveló las recomendaciones del informe. Luego filtró el texto íntegro a la prensa y escondió la solicitud de convocatoria del Consejo hecha por Venezuela y la propuesta de declaración presentada por este país. Tampoco distribuyó las misivas que el presidente de Bolivia Evo Morales y el primer ministro de Dominica, Roosevelt Skerrit, dirigieron al Consejo. Hacía tiempo que no se veía tanta falta de ética política. El miércoles 1, cuando comenzó la sesión especial del Consejo Permanente, el ambiente era denso en la OEA: a la indignación colectiva por el evidente abuso de derechos y mala fe, se sumó que la inmensa mayoría de los países no conocían el documento, en especial los caribeños, para los cuales ni siquiera hubo una cortés traducción, signo del desprecio con que los trata.
Según testigos, ni las furibundas diatribas estadounidenses ni las rencorosas reservas paraguayas pararon la rebelión. El proceder de Almagro colmó hasta la paciencia del presidente de turno del Consejo Permanente, el embajador argentino Juan José Arcuri, quien mostró su evidente malestar en un mensaje que refleja el sentir de un buen número de países, que consideran que Almagro está actuando por su cuenta y pasando por encima de ellos: "Alguien lo dijo por ahí y creo que no se repite lo suficiente, los Estados somos los dueños del organismo". Antes, Arcuri había negado la palabra al término de la sesión al jefe de gabinete de Almagro, Gonzalo Koncke, en un desplante que los más veteranos del organismo consideraron insólito, y que motivó ofensas del cabecilla parlamentario caraqueño Ramos Allup al presidente argentino Mauricio Macri.
En negociación intensa, no exenta de escollos, y respaldados por sus muchos hermanos, los venezolanos no solo derrotaron el plan imperialista del Secretario General para aplicar a su país la misma Carta Democrática que no sirvió para frenar los golpes de Estado o los intentos de golpe que en los últimos quince años han estremecido la región, empezando por el de 2002 en la propia Venezuela, donde hicieron trizas la recién estrenada Carta, o el de Honduras, levemente reprochado en 2009 y perdonado en 2011. También desmontaron las pretensiones de imponerle al gobierno bolivariano la interpretación opositora de la constitución, las leyes y la democracia en su país e hicieron valer el fundamental derecho de los pueblos a su libre determinación.
Con serenidad y firmeza, Bernardo Álvarez, representante permanente de Venezuela, denunció una vez más la brutal oleada de ataques políticos y mediáticos contra su patria y enfatizó la importancia del acatamiento de la soberanía y la independencia de los estados, mientras ratificaba la voluntad de su gobierno de discutir de todo y buscar acuerdos, pero siempre sobre la base del respeto y el diálogo entre iguales, preservando la paz, la seguridad de su gente, y la convivencia armónica de las naciones. Tuvo también palabras justas y merecidas de recuerdo para el presidente Hugo Chávez Frías, quien “nos acostumbró a vivir en situaciones extremas y a vencerlas”, recordando con optimista realismo que habrá nuevas batallas por adelante, y que sobrevendrán mayores dificultades, pero que los venezolanos las vencerán. No le faltaba razón.
Ahora el Sr. Almagro, la OEA y los medios de comunicación transnacionales a su servicio se esmeran en un control de daños y explican a todo el mundo que la sesión que tuvo lugar no es la que se convocó en nombre de la Carta Democrática, pretendiendo responsabilizar a algunos países por no haberse montado en el carro de guerra del Secretario General y exigiendo una nueva y apresurada sesión antes del huracán que puede avecinarse en la 46 Asamblea General, prevista para el próximo 13 de junio en República Dominicana.
Una vez más la vieja Organización de Estados Americanos se nos ha revelado tal cual es. Luis Almagro ha hecho honor a su origen político blanco, partido de la derecha uruguaya en cuyas filas se formó y militó durante años, aunque después mutara hacia una izquierda donde nunca encontró confort. En menos de un año se ha portado como lo llaman desde niño: un “oso”, torpe y agresivo, y ni en ese bosque tenebroso que es la OEA, lo quieren bien. Algunos, como el Consejo de Asuntos Hemisféricos (COHA, por sus siglas en inglés) y 81 organizaciones, instituciones y personalidades de Estados Unidos y Canadá descalificaron la postura injerencista del funcionario y denunciaron los daños que causa. Otros se preguntan si será posible aplicarle un impeachment.
Como muchos otros compatriotas que hemos recordado en estos días las épicas peleas cubanas dentro de la OEA en los años sesentas, albergo la seguridad de que el invencible espíritu chavista que se vio en la batalla diplomática de Washington, ya inunda los corazones y las mentes del pueblo venezolano, y que por grandes que sean las dificultades, por retrocesos momentáneos que sobrevengan, nada ni nadie podrá revertir o ignorar su inmensa huella en la historia de Nuestra América. (Artículo tomado de Granma)