El nuevo cine cubano cumple 56 años

Cuando el 15 de enero de 1897 llegó a La Habana desde México el francés Gabriel Veyre para instalar el Cinematógrafo Lumière en el local de la calle Prado 126, muchas personas que el domingo 24 vieron abrirse por primera vez las puertas del nuevo espectáculo, aun tentadas por la curiosidad, no pudieron pagar su entrada. No podían imaginar que 62 años más tarde, en 1959, el fomento del cine nacional estaría entre las prioridades del recién estrenado gobierno revolucionario.
El 24 de marzo -apenas tres meses después del triunfo de la Revolución- fue publicada la Ley No. 169, primera del nuevo gobierno en el ámbito cultural, para la creación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Organismo sin precedentes en el país, el ICAIC nacía decidido a partir de cero, a pesar de que en la etapa anterior hubo numerosos intentos quijotescos de producir cine en Cuba.
En una de sus primeras bases, la Ley fundacional señala que el séptimo arte “constituye por virtud de sus características un instrumento de opinión y formación de la conciencia individual y colectiva y puede contribuir a hacer más profundo y diáfano el espíritu revolucionario y a sostener su aliento creador”, para más adelante subrayar que el cine “debe conservar su condición de arte y, liberado de ataduras mezquinas e inútiles servidumbres, contribuir naturalmente y con todos sus recursos técnicos y prácticos al desarrollo y enriquecimiento del nuevo humanismo que inspira nuestra revolución”. Otro de los Por cuanto insistía en que “el cine -como todo arte noblemente concebido- debe constituir un llamado a la conciencia y contribuir a liquidar la ignorancia, a dilucidar problemas, a formular soluciones y a plantear, dramática y contemporáneamente, los grandes conflictos del hombre y la humanidad”.
El documentalista cubano Santiago ÁlvarezDesde su primer documental, Sexto aniversario, de Julio García-Espinosa, y el estreno del primer largometraje de ficción, Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996), la autenticidad fue el rasgo distintivo en la irrupción de la nueva cinematografía.
Mientras el cine móvil llevaba a los más recónditos parajes del territorio nacional, por primera vez, el arte de la pantalla en movimiento, Santiago Álvarez (1919-1998), aportaba títulos ya clásicos desde su propia aparición: Now! (1965), Hanoi, martes 13 (1967) y L.B.J. (1968), asombrosa génesis de lo que se denominaría la “escuela documental cubana”. Con su derroche imaginativo y su inmersión en los más variados temas, la documentalística de mayor de Las Antillas ejercería de inmediato gran influencia.
El convulso año 1968 trajo consigo dos obras mayores e irrepetibles de la cinematografía cubana que, por méritos propios, nutrían el patrimonio cultural iberoamericano: Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, y Lucía, de Humberto Solás, alejadas de estereotipos, tanteos estilísticos, esquemas imitativos del cine “a lo nouvelle vague” o el marcado influjo neorrealista de los primeros años. La mano solidaria tendida por el cine cubano tornó posible en no escasa medida la utopía del cine latinoamericano.
Durante la “década prodigiosa” de los 60, el cine cubano, como el título de otra antológica pieza de Octavio Cortázar, por primera vez sentaba las bases “para un cine de contenido político profundo y alta calidad estética”, según el uruguayo Ugo Ulive. Incorporar con autenticidad elementos del documental a la ficción hasta desaparecer sus límites -De cierta manera (1974), de Sara Gómez, representa la quintaesencia de esta simbiosis-, es uno de los rasgos distintivos de una cinematografía surgida como industria con la Revolución. Marcado por la improvisación y la formación sobre la marcha de sus creadores, inmersos en una febril actividad y un clima espiritual evocado aún hoy con nostalgia por muchos, el ICAIC fue un muro contra el que se estrelló el llamado “realismo socialista”, causante de estragos en otras manifestaciones artísticas como el teatro y las artes plásticas.
Los años 60 -ante todo el segundo lustro- marcaron para el cine cubano la consolidación como potente movimiento artístico. Proseguía con la intención de gestar un arte cada vez más genuino y de formar un público cualitativamente superior.
Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez AleaUna “nueva” generación de realizadores, en su mayoría entrenados en el cine documental y el Noticiero ICAIC Latinoamericano, tuvo en los 80 la posibilidad de dar sus primeros pasos en el cine de ficción. Esta inyección de talentos abordó críticamente temas de la realidad contemporánea en perpetuo cambio, inusitados en la etapa anterior.
En la última década del Siglo de Lumière, el cine cubano no estuvo ajeno a las restricciones económicas impuestas al país por el llamado Período especial. La caída del socialismo significó el tiro de gracia para el Noticiero ICAIC Latinoamericano, eficaz medio comunicativo al que ni las 14 revistas que le continuaron pudieron reanimar.
El “arte de nuestro tiempo” precisa cuantiosos recursos y, sobre todo, gozar de una distribución internacional que, en alguna medida, amortice los costos y contribuya al autofinanciamiento. La coproducción -con países europeos fundamentalmente- se tornó para Cuba, como para el resto de Latinoamérica, una posibilidad ineludible: coproducir o no producir, es la disyuntiva nada shakesperiana en que deben debatirse nuestras cinematografías en tiempos de globalización.
La revolución digital, con la reducción presupuestaria que implica, desembarcó en playas cubanas con Miel para Oshún, de Humberto Solás, uno de sus decididos defensores como medio de resistencia, e impulsor del Festival Internacional de Cine Pobre. El ICAIC pronto hizo suya la alternativa digital con todos sus beneficios.
Joyas 1959-2008
Ofrecer una idea de cuáles han sido los principales aciertos de la cinematografía nacional en el período 1959-2008 y sus momentos más significativos fue el objetivo de la rigurosa selección de las mejores películas, convocada por la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica (filial de la FIPRESCI) a propósito del medio siglo del nuevo cine cubano surgido con el ICAIC.
Los diez primeros títulos de ficción escogidos fueron Memorias del subdesarrollo (1968), de Gutiérrez Alea; Lucía (1968), de Humberto Solás; Fresa y chocolate (1993), de Gutiérrez Alea-Juan Carlos Tabío; Madagascar (1994), de Fernando Pérez; Papeles secundarios (1989), de Orlando Rojas; La muerte de un burócrata (1966), de T. Gutiérrez Alea; La primera carga al machete (1969), de Manuel Octavio Gómez; Retrato de Teresa (1979), de Pastor Vega; La bella del Alhambra (1985), de Enrique Pineda Barnet, y La última cena (1976), también realizada por Titón.
Lucía, filme del director cubano Humberto SolásNow! (1965), de Santiago Álvarez, figura en el primer lugar en la categoría documental, seguido de Por primera vez (1967), de Octavio Cortázar; Suite Habana (2003), de Fernando Pérez; Coffea Arábiga (1968), de Nicolás Guillén Landrián; L.B.J. (1968), de Santiago Álvarez; Vaqueros del Cauto (1965), de Oscar Valdés; Ociel del Toa (1965), de Guillén Landrián; Ciclón (1963), de Santiago Álvarez; Nosotros, la música (1964), de Rogelio París, y Hanoi, martes 13 (1967), otro clásico realizado por Santiago Álvarez.
Memorias del subdesarrollo apareció en el lugar número 88 en La Historia del cine en 150 filmes, promovida por la Federación Internacional de Cine Clubes en 1976, y encabezó la selección de Los mejores filmes del Tercer Mundo en el período 1968-1978, según encuesta convocada por la revista canadiense Take One, en la que Lucía ocupó el cuarto puesto. Ambos títulos integran Las diez mejores películas del cine iberoamericano, de acuerdo con la votación difundida en la séptima edición del Festival de Huelva (1991). La Antología del Cine Latinoamericano propuesta por la 36. Semana Internacional de Cine de Valladolid (1991) también incluyó esas obras destacadas de Gutiérrez Alea y Humberto Solás, a las que se añadió De cierta manera, el aporte de la tempranamente desaparecida Sara Gómez.
Arte y memoria
De 1959 a 2013, según los registros del ICAIC, la cinematografía cubana produjo un total de 262 cintas de ficción, 1 250 obras documentales y 517 dibujos animados. Se añaden 41 materiales fílmicos de carácter didáctico producidos por el Departamento Científico-Popular (1962-1972), 32 ediciones de la serie didáctica Enciclopedia Popular (1961-1963), con notas sobre distintos temas, y 1 490 ediciones del Noticiero ICAIC Latinoamericano (1960-1990), del cual se derivó entre 1990 y 1991 un total de 14 ediciones de una revista concebida como números monográficos.
Más que la proporción cuantitativa, en el terreno artístico la filmografía del cine cubano generada por el ICAIC representa un rico testimonio visual, una valiosa fuente informativa de una historia que se construye día tras día, y un patente elemento del patrimonio cultural cubano. Como expresara Alfredo Guevara, uno de sus fundadores: “La obra de los artistas que se agrupan en este, más que organismo, movimiento artístico cinematográfico, sabrá estar como ha estado a la altura de su, nuestra Revolución».
Poco más de cinco décadas nos separan de aquella fecha fundacional del 24 de marzo de 1959, cuando el ICAIC nacía por medio de una Ley que proclamaba en el primero de sus Por cuanto que el cine es un arte. De Memorias del subdesarrollo (Gutiérrez Alea, 1968) a Conducta (2013), de Ernesto Daranas, ha llovido demasiado, tal vez mucho más que en el Macondo garcíamarquiano.
Nuevos retos enfrentan nuestros cineastas en el nuevo siglo ya en su segundo decenio: la legalización de las productoras no estatales, el acceso a las nuevas tecnologías de producción y de exhibición, y la aprobación de una Ley de Cine, entre varias cuestiones que se discuten intensamente. Nombres de futuro promisorio, todo un relevo generacional, nutre las venas abiertas de los que algunos se aventuran en llamar “novísimo cine cubano”.
Tomado de Cubacontemporánea