Cuba después de Fidel Castro

Por Javier Ortiz
En la isla donde hizo historia, no hay calles con su nombre ni estatuas con su imagen. Fidel Castro pidió evitar esos homenajes. Cumpliendo su voluntad, la Asamblea Nacional cubana aprobó una ley prohibiéndolo, pocas semanas después de su deceso.
“El líder de la Revolución rechazaba cualquier manifestación de culto a la personalidad y fue consecuente con esa actitud hasta las últimas horas de vida” explicó el entonces presidente Raúl Castro, la noche antes de la ceremonia de inhumación en la ciudad de Santiago de Cuba.
Por eso, las palabras “Fidel Castro” y la figura del Comandante en Jefe nunca serán utilizados para denominar instituciones, plazas, parques, avenidas, calles u otros sitios públicos, ni serán erigidos en su memoria monumentos, bustos o estatuas. La ley en cuestión solo exceptúa el uso de su nombre en una entidad que estudie y difunda su pensamiento. Esa es la única salvedad. Hasta la inmensa roca que contiene sus cenizas carece de fechas o títulos. Solo tiene un Fidel escrito en mayúscula sobre una placa.
No ha hecho falta buscar mármol o bronce para mantenerlo como un referente. Sigue siendo parte del debate: ya sea en su país o entre los movimientos progresistas…y también entre quienes antagonizan con el socialismo y la izquierda en cualquier parte del mundo. De Fidel Castro, del hombre y de las ideas que defendió, de las consecuencias que estas tienen y tendrán, todavía se habla en presente.
La Revolución Cubana continúa con un nuevo liderazgo de dirigentes formados durante su gobierno. El presidente Miguel Díaz-Canel, el vicepresidente Salvador Valdés Mesa y el premier Manuel Marrero Cruz son algunos de los que ocuparon responsabilidades bajo su mando, como ministros o líderes provinciales.
Su obra política, ese país que configuraron sus ideas y la persistencia (casi siempre contra las probabilidades más obvias) de la Cuba que empezó en enero de 1959, es su monumento vivo.