Ante el discurso del presidente Barack Obama en su encuentro con la sociedad civil cubana
23 MARZO, 2016
Por: Omar González
Esperaba que el Presidente de los Estados Unidos, en una visita histórica en 90 años, y la primera durante la Revolución, emitiera un juicio de valor o una disculpa, por mesurada que fuera, por tanta afrenta de los gobiernos que lo antecedieron. En cambio, lo que escuché fue un sermón bastante trivial donde se banalizaban la política y el capitalismo, al punto de que definió el sistema que impera en EEUU como de libre mercado, con lo que eludió llamar las cosas por su nombre. Creer que únicamente la conectividad y no el acceso a los mercados, al capital, las inversiones, el conocimiento y la justicia social, es lo que va a resolver los problemas del desarrollo, es parte de esa banalización. Conozco de primera mano a muchas personas para quienes conectividad significa también consumismo, incomunicación, soledad.
Su lectura de nuestra historia –la que conoce, según él–, es de una simplificación asombrosa. Se olvidó del imperialismo norteamericano, tempranamente revelado por Martí y, por supuesto, del antiimperialismo de los cubanos. Se olvidó del bloqueo, de Girón, de los actos terroristas, de las plagas y epidemias introducidas en Cuba, del acoso incesante por parte del gobierno de los Estados Unidos. Se olvidó de Antonio Maceo y del Martí total. Se olvidó de Fidel. En lo esencial, se olvidó de nosotros, pues desconoció la parte más importante de nuestra Historia. Pero los cubanos no olvidamos tan fácilmente. Sabemos pensar. Tenemos buena memoria; si la perdiéramos, dejaríamos de ser lo que hemos ido.
Fue muy manifiesta su intención de insistir en la fragmentación, en la división de la sociedad cubana en Estado y pueblo, empresa privada y estatal, jóvenes y viejos. Esa visión light e interesada, apelando a trucos para resultar agradable, apoyándose en frases hechas, fue fácilmente perceptible en los que estábamos allí. Tengo la impresión de que él se percató de que sus chistes no calaban, al menos en ese auditorio.
En fin, esperábamos un discurso más serio de alguien que maneja muy bien la retórica y el marketing político, lo cual lo distanció mucho más de la generación de revolucionarios que ha conducido este país, la que es y ha sido siempre honesta, sincera, legítima e inobjetablemente heroica. La intensidad de los aplausos devino un símbolo inequívoco de la identificación de la sociedad civil cubana con lo que Raúl representa.