Solo un gobierno antineoliberal salvará el país
Por: Emir Sader
La mayoría de los brasileños ya no pueden soportar vivir como están viviendo. La pandemia y la situación económica, con sus consecuencias sociales, son responsables de esta situación, a la que se suma la saturación derivada del clima de odio, agresión e intolerancia impuesto por el gobierno.
El nivel de rechazo a Bolsonaro y su gobierno es el elemento predominante en el clima político del país. Por otra parte, directamente relacionado con él, permanece el favoritismo de Lula en las encuestas.
Por supuesto, el clima electoral solo se está imponiendo gradualmente, revelando la voluntad de la derecha de convertir la política en una guerra por otros medios. La derecha apelará a todos los instrumentos a su alcance, intensificando los que ya utiliza, con plataformas de bots y fake news al límite de lo que tolerará el poder judicial. Intentará retomar el antipetismo, con las viejas acusaciones de corrupción y similares. La disputa tenderá a recrudecerse, en el marco del favoritismo de Lula, quien buscará consolidar su posición con una campaña de masas, utilizando un discurso de denuncia y responsabilidades de la situación que vive Brasil hoy, comparándola con las conquistas del PT y de la potencialidades que tiene el país para salir de la crisis.
Lula construye un frente amplio, que incluye a todos los sectores antibolsonaristas. El objetivo inmediato es derrotar y sacar al bolsonarismo del gobierno, restaurando la democracia.
Este frente muy amplio incluye sectores que ya apoyaron a Lula y otros que ahora se adhieren. Varios de ellos -entre ellos, el empresario Ricardo Semler- que, al expresar su opción de votar por Lula, instan a los empresarios a acercarse al ex presidente, tomando los nombres de personas como Persio Arida, Pedro Malan o Arminio Fraga, teóricos históricos del PSDB.
Es cierto que algunos de ellos han revisado sus posiciones francamente neoliberales del pasado reciente, pero todos pertenecen a los equipos económicos responsables de las políticas neoliberales.
Lula ha reafirmado definiciones que chocan con el neoliberalismo: el fin del tope de gastos, una reforma fiscal sobre todo con los impuestos a los más ricos, la revisión de la reforma laboral o la recuperación de empresas privatizadas para el Estado, entre otras. Lula sabe que los gobiernos del PT fueron exitosos, atendieron las necesidades de la población, recuperaron la imagen del país frente a los propios brasileños y en el mundo, porque tenían esas directrices, que hay que rescatar.
Un gobierno que permita a Brasil salir de la mayor crisis de su historia, tiene que restaurar la democracia, pero también retomar el crecimiento económico, generar empleos e implementar políticas sociales para la distribución del ingreso.
Este gobierno puede tener una composición amplia, con todos los sectores antibolsonaristas. Pero, aun incluyendo entre ellos a los economistas que integran el equipo -en el Banco Central, por ejemplo, como en gobiernos anteriores del PT-, las directrices fundamentales, como se ve en las medidas anunciadas por Lula y Gleisi Hoffman, son de corte antineoliberal.
Porque solo con medidas de este tipo será posible generar empleos formales, con contrato de trabajo, para los millones de desocupados y para los millones que sobreviven en la precariedad. Solo con la prioridad de las políticas sociales y no de los ajustes fiscales, será posible reducir las desigualdades en el país más desigual del continente más desigual del mundo.
Solo un gobierno antineoliberal puede salvar a Brasil. El pleno retorno de la democracia es una condición indispensable. Porque puede reconducir al país por el camino de la superación del neoliberalismo y la restauración de políticas de combate a las desigualdades sociales y territoriales y de justicia social.