Paco Ignacio Taibo: ¡Que dejen tranquilos a los venezolanos!

Mar 23, 2015

El prestigioso escritor Paco Ignacio Taibo II, nacido en España pero criado en México, uno de los intelectuales de habla hispana más lúcidos, es el creador y conductor de la serie Los Nuestros, que está emitiendo la cadena televisiva Telesur y que tiene como objetivo recuperar la figura de hombres importantes que dejaron una huella indeleble en el continente latinoamericano. Uno de ellos, sin duda, fue el periodista y escritor Rodolfo Walsh.

Y Paco Ignacio Taibo II lo recupera en toda su dimensión en el capítulo Rodolfo Walsh. El Jefe, que se estrenará este lunes, a las 20.30 -hora de Cuba-, como parte de la programación de Telesur dedicada al 39º aniversario del golpe cívico-militar en la Argentina. A lo largo de una hora, Paco Ignacio Taibo II viaja por la vida de Walsh, recorre sus principales acciones, sus obras y también su militancia. Entrevista a periodistas y va hasta su casa del Tigre para encontrarse con la memoria viva del hombre que revolucionó la manera de hacer periodismo en América Latina.

Para este escritor, referente del neopolicial, pero también dueño de una obra extensa de libros de no ficción y ensayos históricos, hacer un trabajo –en este caso, televisivo–, sobre Walsh, era una deuda pendiente. “Detrás de mi mesa hay colgada una foto que nadie identifica en México”, le cuenta Paco Ignacio Taibo II a Página/12. Y dice que todo el mundo le pregunta: “¿Quién es?”. “Y yo digo: ‘Rodolfo Walsh. ¿Quién coño va a ser? ¿Quién carajo merece estar cuidándome cuando escribo? Rodolfo Walsh’.” Entonces, esas son deudas de verdad”, afirma el narrador del documental. Y cree que Walsh es uno de los personajes que formaron a lo mejor de su generación. “Abrió varias puertas para todos nosotros: la puerta de la no contradicción entre la militancia y la literatura, la no contradicción entre el periodismo y la literatura y la no contradicción entre el periodismo y la militancia”, destaca Paco Ignacio Taibo II.

–¿Cuál cree que fue el desencadenante a partir del que Walsh pasó del nacionalismo a la izquierda peronista?

–Creo que el desencadenante lo produjo su periodismo. O sea, Operación Masacre lo llevó a pensar que existía una fuerza social subterránea y terránea en la Argentina y que estaba ahí. Era la fuerza por la que iba a pasar el cambio en este país. En ese sentido, su marxismo se desplazó hacia la CGT de los Argentinos. Me parece absolutamente coherente. Yo tengo el mismo tipo de afinidades movimientistas que Walsh tenía de ver la realidad en la realidad y no el dictamen ideológico.

–¿Qué descubrió de la vida de Walsh al hacer este documental?

–Lo larga que es su trayectoria de reencuentro con todo. Le tomó tiempo definirse en términos de literatura, le tomó tiempo definirse como periodista, como militante, como argentino. Rodolfo era de procesamiento lento, de larga cocina. Cocinaba un montón sus opciones personales. No lo tenía así en la cabeza, no lo veía. Visto desde lejos y a la distancia del que lee los escritos, da la impresión de una carrera mucho más fulgurante, mucho más rápida. Y no lo es. Me queda una rabia enorme y avanzando en la historia de Rodolfo Walsh le iba diciendo: “Hay una docena de reportajes que no hiciste compadre. No los hiciste. Reportajes de investigación que no escribiste”. Por ejemplo, el gran reportaje de cómo se armó el golpe militar. ¡No lo escribió! El era el que tendría que haberlo escrito.

–¿Qué Walsh disfrutó más: el cuentista o el periodista?

–Por igual y con el mismo amor porque, a diferencia de Walsh, yo no lo veo como contradictorio. Yo lo veo desde afuera y acumulado. Entonces, los cuentos de los niños irlandeses me producen el mismo efecto político que ¿Quién mató a Rosendo?. Me pegan igual. Eso y los comunicados de Ancla. Yo los veo como un todo. Me es más fácil verlos como un todo. Entonces, navegaba de un Walsh a “otro” sin dificultad. Desde que empecé a filmar el documental estaba con una sensación que me llevaba a decir: “Coño, a este tipo lo tendría que haber conocido, debería haber hablado una vez con él una vez en mi vida”. Esta necesidad de acercamiento me lleva a pensar: “Coño, me lo mataron antes de tiempo”. Era una sensación extraña que me duró toda la realización del documental. Entonces, fue una filmación atiborrada de presión emotiva. Yo decía: “¿Qué estoy haciendo aquí en Argentina?”. A la búsqueda de mi entrañable jefe Rodolfo Walsh.

–¿En qué aspectos nota que hay un antes y un después en el periodismo a partir de Rodolfo Walsh?

–Logró convertir con el uso de la literatura el establecimiento de personajes, el timing. También fue importante cómo armaba sus investigaciones, la reflexión. Usó elementos de construcción literaria en profundas investigaciones. En ese sentido, luego vendrían otros tipos de periodistas que aprendieron de Walsh, pero no necesariamente aprendieron lo mismo que Walsh, porque hicieron cosas muy diferentes. Está toda la corriente testimonialista que surge a partir de la Revolución Cubana, con tipos brillantes como Lisandro Otero, que contó la historia de Bahía de Cochinos. También se produjo el nacimiento del Premio Testimonios de Casa de las Américas. Se produjo el surgimiento de los grandes cronistas mexicanos del Movimiento ’68: Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska. Se produjo el resurgimiento argentino después de la dictadura con una serie de escritores que aprendieron de Walsh como, por ejemplo, Tomás Eloy Martínez. Entonces, hubo una especie de relanzamiento del periodismo argentino como crónica o como reportaje de profundidad e investigación en toda América latina que habría que calificarlo como postWalsh.

–¿Y cómo analiza el periodismo político de estos tiempos?

–Mal, porque leo poco. Por razones laborales he tenido que fragmentar mi tiempo de lectura de una manera muy cruel. Llevo varios años haciendo libros de historia. Y eso significa que el setenta por ciento de mis lecturas tienen que ver con los libros que hago. Por un lado, hay un secuestro de mi tiempo de lector. Por otro, cuando llega la noche me refugio en la novela policial y en la ciencia ficción, un poco para salir de los temas y no arrastrarlos de manera obsesiva hacia las horas de sueño. Entonces, leo poco de los diarios y sólo los leo después de llamadas. De repente, suena el teléfono en mi casa y un colega me dice: “Paco no te pierdas este reportaje” o “No dejes de leer esto”. Y, entonces, sí voy a la búsqueda. Pero durante un tiempo leí con singular profundidad autores como Günter Wallraff y Kapuscinski, que son para mí gusto los grandes del periodismo del fin de siglo pasado. Pero últimamente leo mal. Tendría que encontrar sistemas de filtro.

–¿Cuál debe ser la función del intelectual en la coyuntura política?

–Si a cualquier deber ser lo pones por encima de la realidad constituye una normativa no moral, sino doctrinal. Y no creo en las dictaduras doctrinales. Creo que el intelectual y, en particular, el escritor –de quien puedo hablar, porque conozco lo que significa serlo–, tiene una obligación que es escribir. Y el ciudadano que vive dentro de ese escritor tiene una obligación moral que es responder a los conflictos que le plantea su sociedad. En ese sentido, las habilidades que le trae el escritor al ciudadano, las usa. Y un escritor que ha ciudadanizado su relación con la sociedad tiene ciertos instrumentos y habilidades para responderle a esa sociedad. Un personaje de una novela mía decía: “Alguien tiene que quedarse atrás en esta manifestación porque si no, ¿quién la va a contar?”. Esta supuesta contradicción, que no es real porque no implica irse de la manifestación sino tomar la distancia, me parece obligada. Hago muy poco periodismo, pero cuando lo hago es con esa lógica. No hago periodismo de opinión. Odio el periodismo de opinión. No soy editorialista. Hago reportajes, crónicas.

–Usted es el fundador de Para leer en libertad, el proyecto de fomento cultural a la lectura y de divulgación de la historia de México. ¿En qué medida se cumplieron los objetivos que se propuso?

–Estamos creando situaciones inusitadas en el valle de México, en la zona central de la ciudad de México y sus periferias. Hemos incorporado a la lectura entre 4 y 5 millones de personas. Creo que estamos frente a uno de los experimentos de fomento a la lectura más grandes que hay a escala planetaria. Mi compañera Paloma Saiz acaba de lanzar en el metro de la Ciudad de México un programa que se llama Para leer de boleto. Su primera función fue poner a los viajantes de las línea de metro 250 mil libros en sus manos para que vayan leyendo un capítulo, lo dejen, que al día siguiente lo vuelvan a tomar… Y hemos hecho un millar y algo de conferencias, debates, mesas redondas. Hemos regalado 700 mil libros en el valle de México. Cuando empezamos con Para leer en libertad no esperábamos un impacto de ese tamaño. Pero la sociedad mexicana lo estaba pidiendo y reaccionó.

–¿Con esto sueña con una ciudadanía más crítica?

–Sí. El que lee, lee; pero además el que lee adquiere ciertas informaciones que están ausentes en los informativos cotidianos dominados por la televisión o por las radios. La idea es lograr más profundidad, visión de los otros, información no habitual, perspectiva crítica. Sumar lectores es sumar ciudadanos conscientes. No hay ninguna duda de eso.

–El año pasado, México estuvo atravesado por la desaparición de los 43 estudiantes. ¿Cómo ha experimentado usted esta etapa político-social y qué valor le otorga a la militancia estudiantil?

–La viví en la calle y dando conferencias en escuelas, universidades, campamentos del movimiento, huelgas. La viví en plena acción. Y el renacer del movimiento estudiantil ha sido un síntoma de salud de la sociedad mexicana. Ya había empezado con la campaña contra Peña Nieto, protagonizada por el Movimiento 132. Pero ahora se volvió a desplegar. Ahora está en una etapa de breve reflujo pero volverá a aparecer sin duda.

–¿Cómo observa el proceso experimentado por América latina en los últimos quince años?

–Los mexicanos somos unos seres raros: vivimos en una casa de espejos en la que cuando miras, ves México, porque no reflejan otra cosa. Entonces, cuando miras a Uruguay, dices: “¡Mierda, esos sí que tienen un presidente de verdad y no la mierda de presidente que tenemos nosotros”. Cuando miras hacia Argentina, dices: “¡Carajo!, la Cristina se atrevió a pararles los dientes a las petroleras y a recuperar la mayoría de YPF contra los españoles”. Y ves México y dices: “Me cago en su puta madre. Acaban de entregar el petróleo a las transnacionales”, como una reversión de 180 grados respecto del proyecto cardenista de los años ’30. Entonces, mientras América latina se desplaza hacia la izquierda, México se mantiene como país forzado por un gobierno muy conservador, muy reaccionario y muy autoritario como la cola. Entonces, tiendes a estar inundado de información mexicana y a tener una visión pobre del resto de América Latina.

–¿Por qué cree que México no puede integrarse a ese proceso?

–¡Porque nos robaron tres elecciones nacionales con fraudes! Tan sencillo como eso. Y no fuimos capaces de revertirlo.

–Usted que realizó una de las biografías más importantes sobre Ernesto Guevara, ¿cómo analiza el impacto de la figura del Che en América latina viéndolo desde hoy?

–El Che se volvió parte del referente simbólico del continente. Por un lado, de una manera muy clara: era claramente bolivariano. El Che aprendió América latina de abajo hacia arriba. No fue una elaboración teórica: fue una elaboración caminera, de vagabundo. La mejor elaboración. Nadie le podía explicar cómo era una mina boliviana, cómo trabajaban los del salitre en Chile, cómo era una comunidad campesina en Perú o cómo era un leprosario perdido en el Amazonas. El Che encarnaba en buena medida esta visión bolivariana de un continente. En la simplificación del paso de la historia, el Che se volvió slogan, camiseta, todos esos reductos de la memoria que empobrecen la memoria profunda. No está mal, porque es mejor una camiseta del Che que una de Madonna (de alguna manera implica un gesto de rebeldía), pero empobrece. Entonces, la tentación que tuve fue escribir una biografía del Che en profundidad que devolviera la dimensión del personaje. Y sobre todo, que obligara al lector no a estar de acuerdo con él, sino a entender el momento, la época, las variantes que tuvo el Che a lo largo de esos años, la manera como entendía la construcción del socialismo que, para mí, era clave en ese libro. Curiosamente, todo el mundo estaba obsesionado con la Revolución Cubana y la experiencia boliviana. A mí me interesaban tanto o más su paso por el Ministerio de Industria de Cuba, la experiencia fallida africana, su conexión con la Revolución Guatemalteca fallida. Y me interesaba decir: “No hay un Che ni hay una doctrina guevarista”. La doctrina es pensamiento religioso y conservador. Hay un personaje que vive a lo largo de estos años y que va construyendo de maneras cambiantes de acuerdo a lo que lee, vive y percibe. Y en medio de todas ellas, siempre vas a encontrar lo mismo. Vas a encontrar la propuesta de que la política es ética concentrada.

–¿Cómo analiza el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba y, al mismo tiempo, qué opinión tiene sobre la amenaza norteamericana contra Venezuela?

–La amenaza de Estados Unidos contra Venezuela es un acto de cinismo verdaderamente notable. ¿Desde cuándo Venezuela es un peligro para EE.UU.? Hay que haber fumado marihuana de baja calidad y en cantidades verdaderamente inmensas para generar una frase como esa. ¡Que los dejen tranquilos a los venezolanos! Yo creo que el contrapunto es éste: Obama restablece relaciones con su mano izquierda y agrede a Venezuela con la derecha para neutralizar la opinión de los lobbies reaccionarios latinos en Estados Unidos. El restablecimiento de las relaciones hasta ahora no ha dado frutos. Tendríamos que ver en qué consiste exactamente.

(Tomado de Página 12, Argentina)