#FSLN: La Revolución que Democratizó la Vida
Por Edwin Sanchez
I
Hay pueblos que soportaron dictaduras vivas y hasta saludables en su anómala especie. Parecían hechas a prueba de balas y siglos. Sin embargo, cuando se suponía que había llegado el turno de estrenar la república, el tamaño de la desgracia fue todavía mayor: la libertad era de papel y la democracia que les tocó era más fría que un muerto.
Estos pueblos sufrieron la democracia desencarnada, esa rellenada con vanas proclamas y pomposos editoriales, que en vez de incluir descarta a los desfavorecidos; esa que la derecha más ultramontana, desde los latifundios mediáticos, habla como si se tratara de su propiedad.
Para eso la derecha diseñó su “democracia”, para vestir de ley el culto a Mammón y de Estado de Derecho a la costumbre de excluir a los pobres. Se echó mano del mismo patrón sin necesidad de charreteras y cuarteles.
Ya se conoce lo que pasó en los años de la primera etapa de la Revolución Sandinista. La agresión militar y económica de Ronald Reagan desgastó a la nación, frustrando los ingentes esfuerzos por llevar a fondo la justicia social.
A ese estado de cosas contribuyeron los yerros económicos como el de los dogmáticos que fustigaron hasta al pequeño finquero que no aceptó sus improductivos esquemas ideologizados. Y son esos mismos radicalizados los que ahora critican al Sandinismo por el actual consenso público-privado-laboral.
Los desaciertos de algunos comandantes, de cuadros “ideológicos” e intermedios; de ciertos ministros y magistrados, impidieron las magnas propuestas de una sociedad justa.
Esta “nomenclatura revolucionaria” después de la derrota electoral del Frente Sandinista en 1990, no perdió tiempo: tomó distancia y le echó la culpa al comandante Daniel Ortega.
Los antiguos Dirección-Nacional-Ordene se enfilaron en la derecha más conservadora y se repente, todo lo que repudiaron en sus años de gloria, ahora era “bueno”. Y se declararon “demócratas”.
Del ego de estar en la tarima la Revolución pasaron a ser el eco del discurso más conservador. Y renegaron del FSLN. Dijeron y dicen cualquier cosa, en busca de caerle en gracia a los que entonces descalificaban como “la derecha recalcitrante y vendepatria”, “reaccionarios al servicio del imperialismo”, “periódico de la CIA”, etc.
II
Después de 1990, la derecha trató de restaurar parte del viejo sistema, solo que sin Somoza y con un toque de “elegancia” que le faltó a aquel: una democracia de Country Club.
Pero la democracia, para que sea tal y no de una membresía selecta, esa que desprecia a los damnificados del sistema y exalta los símbolos vacíos, debe estar conectada con políticas sociales y económicas destinadas al bien común.
El mérito del FSLN, al retornar al gobierno, es que el pueblo dejó de ser un borroso colectivo anónimo. La democracia tampoco fue más un ceremonial sin alma y sin patria, cuando poco importaba que la gente muriera por enfermedades curables.
Libre de los “iluminados” del extremismo, el FSLN – conducido por el comandante Daniel Ortega y la Vicepresidenta Rosario Murillo– se constituye como el partido de la solidaridad. Y lo que no se logró hacer o concluir con relevantes resultados en la primera parte de la Revolución, ahora no solo son buenas intenciones: son hechos.
Cuando las familias de Nicaragua fueron a los comicios en noviembre de 1996, la “democracia” presentaba, sin guerra ni bloqueo económico, 58.2 defunciones por cada 1000 nacimientos.
En 2006, último año del neoliberalismo, por el mismo número de partos, 29 morían.
Al votar los nicaragüenses en noviembre pasado, bajo el mandato del Sandinismo la mortalidad infantil se había reducido a 14.
Sin incluir el impacto sustancial de los programas socioeconómicos para reducir la pobreza, estos registros nos indican que entre la “democracia” de los discursos y la democracia de hoy hay una diferencia, y grandísima: el cultivo de la vida.
Comparado con 1996, en 2016 se salvaron de morir 44 tiernitos.
La Vicepresidenta dijo: “No estamos tranquilos, pero hemos disminuido la tasa de mortalidad infantil y con el favor de Dios vamos adelante resguardando la vida, promoviendo salud”.
III
Hoy el nicaragüense promedio vive más que en cualquier otro periodo de la historia nacional. Para los que padecen de amargura en el espíritu, les será difícil admitirlo, pero en estos diez años, el Sandinismo ha puesto su digna: los calendarios prolongados sobre este mundo ya no son exclusivos de una elite.
No es lo mismo una “democracia” donde los electores iban a votar con una esperanza de vida de 63.4 años los hombres y 68.1 años las mujeres, en 1996 (Informe de la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), que una que expanda la edad. En aquel año había una población de 4 millones 706 mil habitantes.
En noviembre de 2017, cuando el pueblo de Nicaragua acuda a las urnas, su esperanza de vida media prácticamente será de 75 años (Informe de la Organización Mundial de la Salud, 2016). Pero ahora somos más de 6 millones de almas.
Aparte, con los resultados del último estudio de campo de M&R, se redondea una sustancial mejoría de la población. El dato es ineludible.
El ingeniero Enrique Bolaños inició su presidencia en 2002. Los apologistas llaman ese periodo la “edad de oro de la democracia”, pero el 70% de los nicaragüenses quería irse de Nicaragua.
En esos años, el éxodo masivo y constante nunca fue información de primera plana. Para el partido impreso y resto, el consulado de Costa Rica no era “noticia”.
En junio de 2017, solo el 28% de los ciudadanos piensa en marcharse del país. Raúl Obregón, director de la consultora M&R, explicó: “Las razones tradicionales que han impulsado a los nicaragüenses a irse del país, como ir a recoger dinero para venir a poner un negocio o comprar una casa, aquí poco a poco se están dando y de esta manera también se evita la desintegración familiar”.
Más allá de eso, la Empresa Nacional de Transmisión Eléctrica (Enatrel), anunció el pasado octubre que en Nicaragua hay una cobertura eléctrica de un 90%, un hecho inédito en la historia. En 2006, el país contaba con un 54% de tendido nacional.
Se ha pasado de una oscura “democracia” de 580 mil viviendas con luz a l millón 80 mil. La meta en 2017 es enchufar al 93% o 94% del país.
No es extraño que por estas razones, el 77.4% de la población respalde al Comandante Daniel Ortega, pues está convencida de que lleva a la nación por el camino correcto, en tanto el 79. 3% avala el trabajo que realiza la Vicepresidenta, Rosario Murillo.
Una Revolución de verdad se mide por el respeto al más elemental de los derechos humanos, el derecho de vivir. Pero el Sandinismo no se quedó ahí: la Revolución democratizó la vida. (Pensando Américas-La Voz del Sandinismo)