Entre la memoria y la historia: El acercamiento entre los Estados Unidos y Cuba en tiempos de remembranza.

Mayo 04, 2016

4 de mayo, 2016

Por Louis A. Pérez, Jr.

La premonición de un momento histórico por lo general presupone la inminencia del cambio, la sensación de cruzar los límites que separan el antes y el después, aún cuando el "antes" sea desconocido y el "después" sea incognoscible.  El 17 de diciembre de 2014 fue uno de esos momentos; fue el día en que el Presidente Barack Obama anunció el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. 

Tanto los expertos como los políticos coincidieron unánimemente en catalogarlo como un "anuncio histórico", un "cambio histórico en las relaciones de los Estados Unidos con Cuba" que prometía el advenimiento de "una nueva era histórica".  Eran los Estados Unidos los que estaban haciendo avanzar la historia; eran los Estados Unidos los que estaban "haciendo cambios históricos" e iniciando "una revisión histórica de las relaciones", uno más de los "legados trofeos" del Presidente Obama basado en la "audaz decisión de trazar un nuevo curso en las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba". Al viajar a Cuba en el mes de marzo de 2016, el Presidente Obama "entraba en la historia" y "hacía historia", aprovechando una "oportunidad histórica" durante su "histórica visita de tres días" a Cuba, donde pronunció un "discurso histórico dirigido al pueblo cubano".

Por cierto, los esbozos de un orgullo desmedido son el testimonio de la manera en que un pueblo suele vivir encerrado herméticamente en su propia historia.  Sin embargo, la auto congratulación por el "logro histórico" alcanzado por los Estados Unidos daba a entender algo más que el desempeño de una historia independiente.  Los relatos también sirvieron para poner en alto una historia aún más larga, fundamentada en un punto de vista, una suerte de propósito discursivo, en la cual estuvo inscrita la plausibilidad del objetivo estadounidense, es decir, una política. Los relatos fueron un anticipo de la historia con la cual poder convertir las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba en un problema, una manera de fusionar el mito y la memoria en un pasado útil, y así ubicar a los Estados Unidos como sujeto y a Cuba como objeto; a los estadounidenses como los actores y a los cubanos como los actuados.  En los Estados Unidos, los últimos 55 años de relaciones entre ese país y Cuba se recuerdan como una imagen vaga de cierto tipo de discordia rememorada de diversas formas, ya sea como una época de "relaciones adversas" (CNN), o como "décadas de relaciones frías" (ABC), o  como "años de relaciones inamistosas" (Yahoo).  Los estadounidenses recuerdan los últimos 55 años a través de sus intenciones.  "Los Estados Unidos han apoyado la democracia y los derechos humanos en Cuba a lo largo de estas cinco décadas", recordaba el Presidente Obama, una política "enraizada en las mejores intenciones". El último medio siglo  fue, en resumen, una "aberración", insistía el Presidente, un mero "capítulo en una historia más larga de nexos familiares y de amistad".

Los cubanos eran los beneficiarios de las intenciones estadounidenses.  El medio siglo de "relaciones inamistosas" se experimentó en Cuba como  un asedio prolongado, como la decisión obstinada de los Estados Unidos de provocar un cambio de régimen: una invasión armada, un sinnúmero de planes de asesinato, años de operaciones encubiertas y décadas de sanciones económicas punitivas.  Un embargo -"mucho más severo que el que se haya impuesto contra cualquier otro país del mundo", como fue reconocido por la Secretaria de Estado Adjunta Roberta Jacobson en el año 2015- destinado, con premeditación, a provocar situaciones adversas para el pueblo cubano para agudizar el descontento de sus ciudadanos mediante las privaciones económicas, con la esperanza de que las penurias sirvieran para movilizar al pueblo cubano para que se rebelase y derrocara al gobierno.

Los recuerdos encontrados del pasado ocupan un lugar preponderante en el proceso de acercamiento.  De hecho, los Estados Unidos y Cuba reanudan sus relaciones con interpretaciones profundamente divergentes de la historia de la cual ha surgido el histórico presente.  Los Estados Unidos visualizan la normalización como el fin de los antagonismos que se derivaron de las tensiones entre el Este y el Oeste y el restablecimiento de las relaciones que fueron interrumpidas como resultado de la Guerra Fría.  Había llegado el momento, exhortaba el Presidente Obama, "de dejar atrás las batallas ideológicas del pasado".  La "política de aislamiento", insistía el Presidente, "ha caducado desde hace ya tiempo", una política "diseñada para la Guerra Fría [que] carecía de todo sentido en el siglo XXI".  Obama estaba decidido a deshacerse de "los últimos vestigios" de la Guerra Fría.  "He venido aquí", proclamó el Presidente a su llegada a  La Habana en el mes de marzo de 2016, "a enterrar el último remanente de la Guerra Fría en las Américas".

La Guerra Fría, como marco temporal a través del cual escribir la historia del conflicto entre los Estados Unidos y Cuba,  no carece de implicaciones políticas de gran alcance.  Sirve para desafiar la legitimidad de la Revolución cubana como  un anacronismo de la Guerra Fría, una manera de minimizar la autoridad moral de un gobierno que preside un sistema considerado como desprovisto de esperanza y desacreditado por la historia, estimulando así la inferencia  de que el régimen cubano también "ha caducado hace ya  tiempo". Además, la Guerra Fría, como causa y como contexto de la ruptura de relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, sirve para borrar toda la historia que la precedió, para opacar la relevancia de una historia más larga, a partir de la cual las relaciones  entre Cuba y los Estados Unidos entraron en la fase de la Guerra Fría, en primer lugar.  “La Guerra Fría ha terminado hace ya tiempo", expresó el Presidente Obama en la Cumbre de las Américas celebrada en Panamá en el mes de abril de 2015.  "Y no estoy interesado en librar batallas que, francamente, comenzaron antes de que yo naciera".  El Presidente tampoco estaba interesado en la historia de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos contada por el Presidente Raúl Castro en la Cumbre. “Si ustedes escucharon los comentarios hechos por el Presidente Raúl Castro temprano esta mañana”, expresó Obama más tarde en una conferencia de prensa, “muchos de los aspectos que él abordó  hacían referencia a acciones que  tuvieron lugar antes de que yo naciera, y parte de mi mensaje aquí es que la Guerra Fría ha terminado”.  De esta manera, las “acciones que tuvieron lugar” antes de que el Presidente naciera fueron relegadas al basurero.  “Es hora ya de que dejemos atrás el pasado”, exhortó Obama.

Para Cuba, el conflicto con los Estados Unidos tiene menos que ver con la Guerra Fría que con la larga historia de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.  La política estadounidense no fue una “aberración”, sino una continuidad, un reflejo históricamente condicionado destinado a castigar a Cuba por ejercer la soberanía nacional y la autodeterminación.  La legitimidad de la Revolución se basó en la defensa de su condición de nación soberana, a lo cual se habían opuesto los Estados Unidos desde el siglo XIX, mediante la usurpación de la independencia de Cuba después de 1898, la ocupación del territorio nacional, las reiteradas intervenciones militares estadounidenses y las infinitas injerencias políticas.  Los últimos 55 años fueron más de lo mismo, si bien mediante diferentes métodos.

Los cubanos evocaron la historia no como una lógica para el cambio, sino como una razón para perseverar.  El Presidente Raúl Castro enalteció la decisión del pueblo cubano de continuar defendiendo la soberanía nacional ante las devastadoras sanciones estadounidenses. “El heroico pueblo cubano”,  expresaba con júbilo Castro en diciembre de 2014, “ante los grandes peligros, las agresiones, las adversidades y los sacrificios, ha demostrado ser fiel…a nuestros ideales de independencia y justicia social. Durante estos últimos 56 años de Revolución, fuertemente unidos, hemos mantenido una profunda lealtad a aquellos que perecieron en la defensa de esos principios desde el inicio de nuestras guerras de independencia en 1868”.  Días después, Castro se dirigía a la Asamblea Nacional: “No debe presuponerse que Cuba renuncie a los ideales por los cuales ha luchado durante más de un siglo, y por los cuales su pueblo ha derramado tanta sangre, para mejorar las relaciones con los Estados Unidos”.

Estas son historias difíciles de reconciliar, y de hecho sirven para poner de relieve los paradigmas contrastantes a partir de los cuales los Estados Unidos y Cuba reanudan sus relaciones.  Los Estados Unidos aspiran a sostener relaciones normales con la intención de ejercer una influencia, para cambiar Cuba, reestructurar su economía, rehacer su sistema político, reorganizar el carácter de la sociedad cubana.  Es decir, hacer lo que los Estados Unidos siempre han hecho: intentar interferir en los asuntos internos de Cuba.  Según predijo el Secretario de Estado John Kerry, las relaciones normales “aumentarán nuestra capacidad para lograr un impacto positivo en los acontecimientos que se sucedan dentro de Cuba”.

Cuba sigue adelante con el establecimiento de relaciones normales insistiendo en el respeto por parte de los Estados Unidos de las reivindicaciones históricas de su condición de nación soberana. Cuba estuvo dispuesta, tal y como subrayó el Canciller Bruno Rodríguez, a “seguir avanzando hacia la normalización de las relaciones con los Estados Unidos sobre la  base del respeto y la igualdad, sin perjuicio a la independencia y a la soberanía de Cuba, y sin ningún tipo de injerencia en nuestros asuntos internos”.

Los observadores más ponderados tendrían la prudencia de disminuir las expectativas que se crearon en torno al “después” inmediato que sobrevino tras el mes diciembre de 2014.  El acercamiento avanzará poco a poco y lentamente.  Difícilmente pudiera ser de otra manera. Hay aún mucha historia que comprender y aún mucha historia con la cual reconciliarse.

Louis A. Pérez, Jr. es profesor de Historia de la cátedra J. Carlyle Sitterson y Director del Instituto para el Estudio de las Américas de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. Autor de numerosos libros sobre Cuba y las relaciones de Cuba con EE.UU., algunos de los cuales han sido publicados en nuestro país, como “Ser cubano” y “Cuba en el imaginario de los Estados Unidos”. Su más reciente título es The Structure of Cuban History: Purpose and Meanings of the Past  (Estructura de la Historia de Cuba: Propósito y significados del pasado) (2013).