Eusebio Leal: Tiene que haber una paz con justicia, con dignidad, con decoro y con respeto

Mar 03, 2015

Por: Magda Resik Aguirre

En su pasión por el patrimonio se evidencia un compromiso raigal con Cuba. Al Historiador de Ciudad de La Habana se le asocia con esa entrega abnegada a un proceso de rescate de los valores históricos de la nación que trasciende fronteras y deriva en influencia beneficiosa para quienes a lo largo del país también se emplean a fondo en preservar lo que fuimos y nos distingue hoy.

No se puede ir al futuro sino desde el pasado. Afirmación reiterada en muchas de sus intervenciones públicas porque todo el tiempo no le alcanza para promover lo que a su juicio debe instalarse en nuestras conciencias y sostener la práctica cotidiana: “la desmemoria es condición consustancial al subdesarrollo”.

Hombre de la cultura, valora hondamente el papel de esta en el desarrollo social y humano y en la afirmación de una conciencia nacional necesaria para la resistencia ante el empuje desmesurado de un patrón global de consumo cultural. Eusebio Leal anhela una creciente y necesaria prosperidad material pero sobre todo espiritual para Cuba, no como utopía irrealizable, sino como única salida a la sobrevivencia patria que tantas vidas y esfuerzos cobró a sucesivas generaciones.

Recientemente le escuché decir: “Construyéndose una tradición que va del pasado al futuro, nos empleamos a fondo en el Centro Histórico de La Habana”. Usted ha intentado por todos los medios, y contra viento y marea, salvaguardar el patrimonio de la nación. ¿A qué se debe que haya insistido tanto en eso?

Hoy existe una categoría que es el patrimonio inmaterial, que es lo que flota sobre el ambiente, lo que forma parte de la memoria. Esa memoria se ha hecho piedra, se convirtió en carne, en músculo, en sangre de un país. Y hay también la memoria de la gente que ha construido todo eso.

Empecemos por los que han trabajado, los que han construido, los que han ideado, los que soñaron en estos espacios y crearon el ser nacional. Para mí entonces es importantísimo no que me vean como un embalsamador de la realidad, ni como uno que se ha detenido en el tiempo; para mí no todo tiempo pasado fue mejor, pero afirmo categóricamente que no se puede ir al futuro sino desde el pasado. Esto es importante. Conocer bien el pasado, ver lo que hay de perecedero y lo que hay de perdurable, lo que se conserva, lo que prevalece… es lo que trato de hacer.

¿Cómo puede entonces la sociedad cubana combatir esa influencia, diríamos –que hay quien le llama colonizadora, hay quien le llama globalizadora– que pretende someter la cultura propia en aras de una suerte de internacionalización de lo que debemos consumir culturalmente?

Martí se adelantó a su tiempo cuando afirmó categóricamente: “Patria es humanidad.” Sin embargo, somos una cultura insular, siempre miramos al mar, de ahí lo hemos esperado todo: de ahí llegaron los aborígenes, de ahí llegaron los colonizadores, los esclavos, las distintas migraciones, y finalmente se establecieron esas relaciones en las cuales el mar, más que separar, une.

Siempre aspiramos a formar parte de la realidad política y cultural de nuestro continente, pero en realidad de historia de América se sabe por lo general poco; se conocen nombres, personas, acontecimientos, pero la trama, esa trama que hizo nacer un continente, un mundo tan singular y tan distinto al que existe en otras latitudes conforma nuestra aspiración más íntima.

Por tanto, ir de lo general a lo particular, ir de la historia de América a nuestra historia, y al mismo tiempo no rechazar nunca, sino saber interpretar las claves del conocimiento universal, es importantísimo.

Recuerdo las palabras, que siempre se repitieron, de la necesidad de una cultura general e integral. Esto es clave. La cuestión, en última instancia; el debate, en última instancia, es cultural, y hay tres escenarios: la familia, la escuela y la sociedad. La familia como núcleo en el cual ya herederos, padre, madre y abuelos de una tradición, la legan a su descendencia; la segunda, el maestro, que es al que le toca darle cuerpo a esa naturaleza e inducirlo en el camino de la vida.

Cuba tiene una tradición pedagógica poderosa, expresada en Luz y Caballero, que fue quizás, como dijo de él Manuel Sanguily: una flor nacida en un estercolero, en medio de una sociedad esclavista y carente de todo derecho, dijo en palabras más o menos exactas: el que tenga al maestro tendrá a Cuba. Y el tercer elemento es la vida social, es el comportamiento, su relación con el mundo de la cultura, su relación con su patrimonio material y espiritual.

Cuando en su tiempo habla de Maceo como el paradigma de la acción, Martí señala la equivalencia entre el pensamiento y la mano. No es posible diferenciar eso, ¡no es posible!

Dulce María Loynaz me decía que mientras más conocía la historia de Cuba más amaba a Maceo. Maceo es un símbolo muy importante para la juventud cubana, porque era un ser humano, como Céspedes, como Agramonte… un ser falible, pero al mismo tiempo, un hombre que alcanzó un grado de refinamiento, que es importantísimo. La vulgaridad no puede considerarse un atributo del pueblo, más bien es su degeneración. No fumaba, no bebía, hablaba en voz baja, se vestía con pulcritud. A alguien le escribe que, con una confianza plena en el destino de Cuba y en la lucha armada, no olvidase nunca traerle agua de colonia y pañuelos blancos.

A mí siempre me llamó la atención esto, y me dije: “No es compatible la revolución con la chabacanería, con la cultura marginal. Todo eso hay que superarlo.”

Alfredo Guevara, que fue maestro de generaciones, solía afirmar siempre que no le gustaban las élites, pero sí defendía a capa y espada las vanguardias. Y las revoluciones –afirmó otro gran revolucionario– las hacen las vanguardias selectas y aguerridas, y detrás entra el pueblo.

Leal, habitualmente se suele asociar el entretenimiento con lo ligero y –ya que usted estaba hablando de banalidad– con lo banal. ¿Qué contrapropuesta podríamos desplegar, ante esa reducción del momento de ocio, de entretenimiento de un ser humano ajeno a los valores culturales verdaderos, a un proceso más creativo y más de fomento del conocimiento?

Bueno, Magda, no te voy a engañar, no te puedo engañar. No vivo perennemente en trágicas lecturas.

A Dulce María –y la cito siempre porque vivimos al lado, y tuvimos una proximidad que duró mucho tiempo– se le atribuyen estas palabras: “Qué horror, me estoy muriendo y sigo pensando.” Es decir, yo pienso siempre; pero cuando trato de desconectar de las álgidas jornadas cotidianas de pensar y hacer, eso que llamamos banalidad puede complacerme; es decir, hay un momento en que trato de ver cosas que siempre tienen un contenido, pero que no son tan fuertes, no sea que nos hagamos tan refinados y vanguardistas, que nadie entienda nada, ni siquiera en nuestra casa. Entonces, no tengo temores en ese aspecto.

Me parece que hay que tener una formación sólida, que la cabra siempre tira al monte; que en la profesión, cualquiera que esta sea, mientras más integral y humanista seas, mejor. Es decir, tú eres periodista, pero eres una mujer de la cultura, y eres una persona que tiene el universo más amplio y más contemporáneo de los medios, y te relacionas en la UNEAC con la intelectualidad; y en la calle, con todo el mundo; en tu casa, con tu familia, tu padre es médico; quiere decir, escuchas múltiples lenguajes, y de esos múltiples lenguajes sacas el tuyo propio. La sociedad sería muy aburrida si todos fuéramos como tal. Pienso que la sociedad tiene que ser muy amplia, y que si hemos luchado tanto por la libertad, tenemos que luchar por la singularidad y por la pluralidad.

En el caso de José Martí, generalmente se le cita, se buscan frases apropiadas para el momento específico. Todo el mundo acude a él y a veces no se le conoce con verdadera hondura, ¿pero cómo acudiría al Apóstol en los tiempos que corren el Historiador, que conoce profundamente su ideario y pensamiento?

Toma un plato maravilloso, tíralo al suelo, y después trata de interpretar los fragmentos. Esto ocurre con la obra de Martí. El que quiera conocer a Martí, tiene que leer a Martí; no se puede tomar permanentemente fragmentos. Como a Luz y Caballero. ¿Se le va a interpretar solamente por los aforismos? No es posible. Tú tienes que conocer la obra de Luz, su obra pedagógica, su obra filosófica, verlo dentro de su familia, de su contexto histórico; qué quiso ser, qué fue, cómo vivió, cómo murió, cómo influyó su familia en su destino.

Entonces, primero, Martí es muy joven, Martí muere a los 42 años; a los 39 está fundando un partido político de unidad nacional, está fundando un periódico en una ciudad cosmopolita como Nueva York, donde los cubanos habían formado una sólida colonia y se expresaban a través de octavillas, diversos periódicos. Tuvo grandes confrontaciones.

Siempre digo que hay que escalar a él por diversos caminos. Me encantan sus versos libres, como a él le gustaban; me encanta su poesía amorosa, me fascinan sus cartas. Agradezco mucho a Juan García Pascual, un gran cubano, que nos haya mostrado, por ejemplo, un epistolario de respuestas de Martí, quiere decir, las cartas que Martí recibió, lo cual retrata un poco ese diálogo interrumpido que, en el epistolario, solamente vemos de él hacia los demás. Me interesa mucho el Martí hombre, tal y como lo describe Gonzalo de Quesada. Y tomo unas palabras de Martí que son impresionantes: “No bien nace, ya están en pie, junto a su cuna con grandes y fuertes vendas preparadas en las manos, las filosofías, las religiones, las pasiones de los padres, los sistemas políticos. Y lo atan, y lo enfajan; y el hombre es ya, por toda su vida en la tierra, un caballo embridado.”

Martí fue el paradigma del pensamiento libre. Nacido de español y de española, nacido pobre, a diferencia de otros Padres de la independencia de Cuba, asombra que su proyección y su discurso no nacieron del rencor; nacieron de un sentimiento de comprensión y hasta de piedad para sus padres.

Con el mayor respeto y con la cabeza descubierta te diría que doña Leonor no entendió nunca su vocación política, como otras madres, lo cual lo inclina a pensar siempre en su madre con doloroso y pasivo sufrimiento. En la medida en que ella pierde la vista y la capacidad de leer sus cartas, tienen que leérselas, y su incapacidad para poderlas escribir, después que él con mucho sacrificio la lleva a los Estados Unidos, ella entiende un poco más su destino; el padre lo entendió más.

En la película de Fernando Pérez se ve con nitidez, se retrata, uno de los momentos más dramáticos, cuando un niñito, un muchacho adolescente, enclenque, extremadamente débil, es llevado a una prisión bárbara y sometido al dolor ominoso de un grillo de hierro que lo laceró para siempre. Y se ve el abrazo del padre; del padre que, siendo militar y siendo español, nunca fue Voluntario, a pesar de la solicitud de sus amigos y de la gente. Todo eso contribuyó a la formación de Martí. Contribuyó mucho el pensamiento juvenil de Mendive, que era un alumno del Colegio de San Carlos y San Ambrosio de la época más gloriosa, del Seminario; contertulio de otros maestros, como Anselmo Suárez y Romero, que tanto influyó también sobre la vida de Martí, un antiesclavista, autor de una linda novela, entre otras obras.

Pero hay que leer a Martí. No se le puede fragmentar; no se le puede, a nuestro antojo, tomarle como muletilla ni como exergo.

¿Y de qué modo sí se le puede tomar?

Creo que Martí es algo más. Vamos a hablar con sinceridad: hay un determinado momento en que se dice que Martí es casi un socialdemócrata de su tiempo. Todo es casi una blasfemia. Martí fue un revolucionario integral para su tiempo y para todos los tiempos. No fue infalible; hay cosas de su pensamiento y su discurso que pertenecen por completo a su tiempo; pero hay otras cosas, que son el nervio vital de esa idea, que es lo que José Lezama definió como el misterio que nos acompaña. Es una figura omnipresente. Fidel fundamenta, y no lo hace políticamente para complacer a los cubanos, ni para llegar a los cubanos, que estaban permeados de discursos martianos en el año de su centenario, en que agonizaba, en un monumento impopular, en una república que se hundía como una estatua de arcilla. Lo encuentra en la vitalidad de su pensamiento, en su actualidad, en su visión anticipada de la complejidad de la sociedad norteamericana y cómo influiría sobre Cuba el destino de esa gran nación.

Martí vivió en los Estados Unidos más que en Cuba. No presumo, afirmo que tuvo allí grandes amigos; de lo contrario, su obra habría sido imposible. Y no solamente cubanos, también norteamericanos, suecos, irlandeses. Se ve en su obra. Asiduo a las exposiciones, atento al drama social, fue cronista del Primero de Mayo, de las grandes obras de la ciencia y la industria: el elogio del Puente de Brooklyn, o su pensamiento sobre Emerson, por ejemplo, su visión sobre la obra compasiva del padre Flanagan, el drama del asesinato del presidente de los Estados Unidos. Y sobre todo, ve de cerca el surgimiento de una sociedad compleja, nacida de la emigración, y al mismo tiempo ese país, que siempre asombraba por su capacidad de renovación y de modernidad, en comparación con una América en que la victoria de la Revolución se había estancado y luego gangrenado en una institución republicana donde habían permanecido intactos el trono y el altar.

Martí clama –por eso dice que el fiel de las Américas está en las Antillas– por una transformación profunda, y ve a Cuba con ese destino. No la ve mesiánicamente; la mira como una obra que debía ser ejemplar.

El drama de Cuba era particular. No había, como en el continente americano, una realidad indígena latente y multitudinaria. La realidad de Cuba era la institución ominosa de la esclavitud, y al mismo tiempo una inocencia culpable en una parte del patriciado terrateniente, que de pronto es sacudido por una vanguardia, que hace lo que no suele ocurrir en otras partes del mundo: es capaz de despojarse de sus bienes y considerar que la verdadera libertad estaba en la lucha. Es Agramonte, es Céspedes, es Aguilera. Y es también el desencadenamiento de las clases populares.

Ahora, todo eso se declara perdido en el Pacto de Zanjón, en lo que los españoles llaman El Convenio. A mí me gusta mucho analizar esa etapa porque, aun agonizante, tirada en el suelo, herida de muerte la revolución, solo puede arrancársele un convenio, ¡un convenio! Y en puridad de derecho, solo se puede convenir con uno que no ha sido vencido ni derrotado, uno que, fatigado todavía y herido de muerte, puede imponerle al adversario un pacto. Quiere decir, no pueden aplastarlo.

Y entre la fatiga y el pacto, se impone la figura de Maceo y la Protesta, que no fue la única. Detrás de la de Maceo, viene la de Ramón Leocadio Bonachea en Las Villas con un sentido de insurgencia y desconsuelo, que lleva a Martí a aparecer en 1879 entre los conspiradores de la llamada Guerra Chiquita o Pequeña.

Justo antes de morir, Martí estaba alertándole a Manuel Mercado la necesidad de proteger a Cuba como esa piedra angular de las Américas, y de impedir con su independencia algo más allá. Estamos hablando de una Cuba mucho más contemporánea, esta de la que tratamos ahora, ¿pero en ella usted puede leer símbolos todavía de pervivencia de un pensamiento anexionista, en esta Cuba del siglo XXI? Ha habido siempre un enfrentamiento, a lo largo de todas las épocas, entre los cubanos patriotas y los cubanos anexionistas. ¿Será esa una eternidad para Cuba, será un debate eterno para nuestro país?

Antes de 1868, era comprensible que no pocos cubanos creyeran que la solución del tema de Cuba, que había quedado postergado en la historia latinoamericana como Puerto Rico, la isla compartida que está al lado, Santo Domingo-Haití… estuviera en la anexión. Este drama en Las Antillas había quedado como un asunto a resolverse luego hasta que se produjo el manifiesto radical de Céspedes el 10 de Octubre de 1868: “Las armas las tienen ellos, vamos a buscarlas, no esperemos más, rompamos las cadenas de la riqueza y comencemos la lucha.” Una vez pronunciado ese llamado al combate, el sentimiento de la búsqueda de un camino para Cuba a través de los Estados Unidos era casi un pecado mortal aunque, en la propia Asamblea de Guáimaro, surgió todavía un documento firmado por cientos, que pedían a los Estados Unidos anexarse Cuba.

Ahora bien, ¿hasta qué punto el Padre fundador compartió estas ideas, viéndose en el colofón de la Asamblea ante esta disyuntiva? Su representante personal en los Estados Unidos, José Morales Lemus, se había entrevistado con el Presidente Ulysses Grant, y este le había planteado al representante de Cuba, después de un cabildeo y del pago de gente para lograr la entrevista casi imposible: resistan un poco más y tendrán más de lo que piden.

¿Qué es lo que pedía Cuba? El reconocimiento del carácter beligerante de la Revolución, el reconocimiento de una República de Cuba en Armas, que fue proclamada luego en Guáimaro.

Ahora, en Guáimaro surge este último intento, que se apaga porque ya no existen posibilidades históricas. Quiere decir, el camino de Cuba no podía ser el de ser una estrella más en la constelación americana. Ya había ocurrido el triunfo del Norte sobre el Sur, y ya no era la constelación del Sur, a la que, por la vocación esclavista, algunos pretendieron llevarla.

Existe y ha existido un anexionismo conceptual, que no cree en Cuba ni en su destino. Y había uno, que tenía una forma ingenua, que era una admiración desmesurada por la gran República del Norte, mientras miraban hacia Cuba y la contemplaban sumida en la oscuridad del gobierno militar, de la negación de todo derecho, de la imposición del culto a una sola religión, de la sumisión de la sociedad a un rey extranjero.

Eso quedó como una especie de equivocación permanente en algunos sectores de la sociedad, minoritarios pero influyentes; algunos que se sumaron al carro de la Revolución, victoriosa a pesar de la ocupación norteamericana; y aun a pesar de la Enmienda Platt, aun a pesar de que la República no fue la hija de la Revolución, sino su aborto, quedó un núcleo de sentimiento patriótico, en el cual el pueblo cubano sentiría que su destino era el goce de la libertad plena y absoluta. Y muchos que hasta ese momento habían militado en un partido reformista, como fue por ejemplo el Partido Autonomista, que era una equivocación también permanente, se sumaron sin fe a la República.

De ahí que sea el primer Presidente de la República de Cuba el que Martí escoge entre sus colaboradores. Y hay que decir con toda franqueza, y sin que sea un pecado o una blasfemia de carácter histórico, que Martí se equivoca, escoge al hombre inadecuado. Pero eso nos ha pasado a todos.

¿Usted se refiere a Tomás Estrada Palma?

Sí, Martí era un hombre, como yo y como tantos, un ser humano, y por tanto falible. Pero la información que él tenía hasta ese momento de este hombre era su situación en la Guerra de los Diez Años, Presidente de la República de Cuba en Armas, su exilio, su prisión en las cárceles españolas, su matrimonio con la hija del General Guardiola en Honduras, que lo lleva a convertirse en uno de los prominentes cubanos del exilio en aquel país. Posteriormente, emerge con su familia en Central Valley, donde funda un colegio. Martí, por su pobreza, por su sencillez y por su vocación, le nombra, lo describe como el cenobita de Central Valley. Para él siempre fue Tomasito, el hombre sin aspiraciones, la persona que debía sucederle. Y lo coloca al frente del Partido.

La labor de Tomás Estrada después, difiere profundamente del pensamiento íntimo que él conocía de Martí. Es más, cuando, ya Presidente, es llevado por sus aduladores a buscar la reelección que nadie quería, o muchos no querían, no vacila –ante el levantamiento del partido oponente y ante la descomposición de la sociedad que los norteamericanos habían dejado organizada para cumplir ante el mundo la palabra de que el pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre–, y tan pronto surge la perturbación, realiza lo inconcebible: que el Presidente, usando su facultad, escriba y mande su emisario al Presidente de Estados Unidos para pedirle que envíe inmediatamente los barcos norteamericanos a Cuba, porque él se declara impotente para sofocar la rebelión.

¿Qué le responde el Presidente de los Estados Unidos a Gonzalo de Quesada, el discípulo amado de Martí? Diga al presidente Palma que yo puedo mandar ahora mismo los barcos que me pide, pero que piense en la mancha imborrable que caerá sobre su nombre.

Esa fue la verdad.

Los norteamericanos llegaron a regañadientes, porque no querían venir; ellos lo habían dejado todo arreglado, el país lo tenían en sus manos legalmente, por la Enmienda y por los demás atributos que la Enmienda les otorgaba. Es más: en el monumento derruido a Tomás Estrada hay una imagen de la República de Cuba, sostiene en sus manos un libro de bronce todo que simboliza a la Constitución, y en una punta del libro hay un mordisco como de perro que es la Enmienda. Entonces, esa enmienda pesó como una lápida sobre las espaldas del pueblo cubano, y la revelación posterior de Tomás Estrada en una carta a un amigo íntimo, ya labrando la tierra. Porque Estrada fue en lo puramente económico un Presidente honrado, no robó nada, fue más que austero, cicatero; se toma la anécdota de que hasta el momento en que sale del Palacio Presidencial y alguien le pregunta la hora, da el reloj, porque ese reloj se lo habían regalado en su condición de Presidente y creía que no le pertenecía.

Pero lo cierto también, es que sentía una admiración desmedida hacia Estados Unidos, que revela en esta carta a un antiguo compañero de armas, en la que le dice: “Yo no creí nunca en esa independencia absoluta en que otros creían.” El otro era Martí: una Cuba absoluta y total. Y por tanto, Estrada Palma no comete el vulgar robo del arca pública pero roba algo más importante: la soberanía nacional.

Después de la segunda ocupación norteamericana, ya Cuba no fue igual, se probó que ante cualquier circunstancia volverían, y la historia lo demostró, hasta que un esfuerzo vital en el corazón de la propia república disminuida fue logrando, primero, el Tratado Hay- Quesada que devuelve a Cuba la soberanía sobre su plataforma insular y sobre la Isla de Pinos, pues se habían quedado con ella. Después, les obliga a irse constriñendo solamente a la Base Naval de Guantánamo –originalmente querían también Bahía Honda como otros espacios de Cuba–, y finalmente, después de la Revolución del 30 y del estallido popular y de lo que se produjo en aquella circunstancia– cuando en Estados Unidos había una nueva política hacia el continente americano–, se quita de manera formal el apéndice Platt. Era ya demasiado tarde. Ya no volverán quizás a la descarada un EnochCrowder, un Benjamín Sumner Welles o uno que viene a imponer lo que quiere el Departamento de Estado; pero seguirán ahí.

Sin ese beneplácito de Estados Unidos la República no podía existir. La que logra romper finalmente esa coyunda es la Revolución, precisamente el mismo día primero de enero de 1959, en que se cumplían 60 años del momento aquel en que los españoles abandonan el Palacio de los Capitanes Generales con unas palabras que fueron proféticas por parte del último capitán general: “…cesa de existir desde este momento, hoy primero de enero de 1899, a las doce del día, la soberanía de España en la Isla de Cuba y empieza la de los Estados Unidos.”

Leal, en los años 60 del pasado siglo –y ya usted estaba hablando del primero de enero de 1959 como un momento de ajuste de cuentas con la historia y toma del poder en favor de la independencia nacional– Fidel alertaba sobre la filosofía del despojo. A la luz de las nuevas relaciones con los Estados Unidos, ¿cuánto de vigencia puede tener esta alerta, y cuánto la sociedad cubana debe preservar en su diálogo equilibrado, justo, soberano con esa nación?

Lo que está hecho, hecho está. Supuestamente debemos estar preparados, porque tarde o temprano ocurriría. No existen guerras perpetuas, no existen; acuérdate de la antigüedad, de la imagen del caballo de Troya ingresando como un regalo inesperado, que los otros aceptan como el fin de una contienda inacabable. No podemos aceptar el caballo de Troya. Debemos saber que la fábula de la rosa y la espina de la cual hablaba con tanta vehemencia y dolor el poeta Rainer Maria Rilke es una gran verdad.

Creo que la condición antimperialista no implica necesariamente un sentimiento antinorteamericano. Estados Unidos, a pesar del desarrollo imperial de su sociedad, es una gran nación, capaz de producir en el campo de la ciencia, del arte, de la cultura, valores reales. No podemos negar eso, porque negarlo sería favorecer un deslumbramiento como el que tenían los anexionistas de los años 40 y 50, que creían, como le dijo aquel joven a Antonio Maceo en Santiago de Cuba: “Cuba está llamada por el destino y la providencia a ser una estrella más de la constelación.”

Primero, hay que creer en Cuba, en su existencia real y posible, no en el mero pontón de la Roma americana, sino en una Cuba verdadera. Hay que creer que Cuba no fue, como ha dicho algún pensador o algún intelectual extraviado, una invención de Martí: Cuba es una realidad, no solamente un país, sino una patria y una nación, por la cual generaciones se han sacrificado.

Lo importante es tomar en consideración la necesidad de que nuestro discurso se haga potente en la misma forma en que se hace transparente; que el discurso no trate de apagar cualquier sentimiento legítimo de buscar, como quiere el gobierno cubano, como queremos nosotros, una transformación justa y necesaria del país hacia adelante, que se ha definido como un socialismo próspero, como un socialismo sustentable y sostenible, porque Cuba no puede vivir eternamente pensando que de afuera vendrán, como dije al comienzo, a resolvernos nuestros problemas. Cuba tiene su soberanía, ha demostrado tener su propia política exterior; Cuba tiene el valor acerado, y lo ha tenido durante 56 años, de mantener una posición adversa a la primera potencia del mundo y a la mayor que nunca existió y que por mucho tiempo existirá todavía. No estamos todavía en la Roma de siglo III.

Entonces, hay que prepararse para el diálogo. Y en las palabras del general-presidente Raúl Castro, pronunciadas en la Cumbre y aun en las que le precedieron en la Asamblea y en el mensaje o proclama al pueblo cubano anunciando el inicio de un diálogo que ya se venía celebrando, se evocan continuamente los términos fundamentales: igualdad de derechos, al mismo tiempo que la capacidad de diálogo; respeto a la soberanía nacional; reivindicación de derechos que no son gubernamentales ni circunstanciales, no son derechos que reclame el gobierno de Cuba, sino la nación cubana toda.

Quiere decir, la nación cubana reclama el fin de las leyes anticubanas, reclama el fin del embargo o bloqueo, que es lo que ha existido realmente, porque se ha extendido como una mano inquisitorial y puntillosa sobre cada acción de Cuba, sea económica o política, en cualquier parte del mundo; tercero, que se devuelva a Cuba el territorio ocupado, como han hecho los norteamericanos con otras naciones del mundo que han denunciado tratados similares o parecidos y ellos han tenido que retirar sus bases e irse, porque es el derecho soberano de un pueblo –y viene del Derecho, del Derecho romano, del derecho fundamental– que cuando un tratado o un convenio internacional es por una parte denunciada, la otra, en buena fe, tiene que entrar a discutir los términos: me voy a ir en cuatro años, me voy a ir en diez, voy a desmantelar, voy a terminar. No olvidemos que también la Base Naval de Guantánamo, que no tiene ya ningún significado militar, se ha convertido en una cárcel denunciada por el propio Presidente de los Estados Unidos y por todos los elementos progresistas del mundo, no solo revolucionarios, y constituye una humillación para Cuba y una espina previa que está colocada en el corazón de cada cubano.

Cuando un niño cubano nace, nace con una espina en el corazón: su patria, Cuba según el gobierno norteamericano, es parte de los pocos países del mundo que favorecen el terrorismo; Cuba es técnicamente un país terrorista, en esta época del mundo en que el terrorismo se ha convertido en el azote de la humanidad como fruto de la política nefanda de los poderes imperiales, como resultado de eso, de la burla, de la mofa, del agravio, de la injusticia. Y ahí voy a las palabras que tú mencionaste: Cese la política del despojo y terminará la política de la guerra. Por ahí anda lo que Fidel pensaba en ese momento.

¿Qué salvaría Eusebio Leal de esa relación histórica entre la Florida inicialmente y Cuba, entre Estados Unidos y Cuba a la luz de los tiempos? ¿Qué de historia, de cultura, de herencia patrimonial salvaría Eusebio Leal en este momento?

En primer lugar, la familia cubana, porque desde los abuelos del Padre Varela, militares españoles y habaneros que estaban en las guarniciones de San Agustín de la Florida, en Pensacola, desde los tiempos en que esa parte de América era un obispado de La Habana y parte del territorio continental español, Cuba y La Habana han tenido una presencia en territorio norteamericano. Segundo, allí vivió y se santificó el Presbítero Félix Varela, el Padre Varela, el santo de los cubanos, el hombre que en el último instante de su vida, con inmenso sufrimiento, decía que dedicaba su dolor a Cuba. Era un sentimiento místico de aquel que había creído firmemente, y está contenido en el espíritu de sus Cartas a Elpidio, en el espíritu de su periódico hacia los cubanos –fíjate, un periódico para los cubanos–, el hombre que había colocado en el Seminario de San Carlos los instrumentos de química y de física que el Obispo de Espada le había encargado a los mejores laboratorios de los Estados Unidos; el hombre que enseñaba música; el hombre que era al mismo tiempo, en su exilio, además del gran maestro que fue, maestro de una pléyade de grandes cubanos, a cuya peregrinación y encuentro van los mejores cubanos.

Allí estuvo su tumba. Negado por la iglesia, negado por el colonialismo, le fue impedido todo ascenso en el rango que le pertenecía como apóstol que fue de los irlandeses. Hoy, en el corazón del barrio chino de Nueva York está la modesta iglesia del Padre Varela, la modesta iglesia del Padre Varela. La persecución de Fernando VII le impidió alcanzar el episcopado pero no le impidió alcanzar la santidad. No descansa en ninguna catedral, paradójicamente no está en un templo; se custodian sus restos en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, adonde lo trajeron los intelectuales cubanos y lo colocaron allí, en ese lugar, como maestro, como educador y como sabio.

Evocaba a la familia cubana, porque allí fue la emigración patriótica. Fue el exilio de los primeros en pensar en la libertad de Cuba; fue el exilio de los de la primera guerra perdida, de los de la segunda; fue el exilio de los que no pudieron desarrollar su labor en Cuba, de los que fundaron sobre un arenal inhóspito en Cayo Hueso y en Tampa florecientes colonias cubanas; fue en Nueva Orleans, en el viejo cuartel español donde los cubanos conocieron a Juárez, allí se enarboló la bandera cubana, en aquellos lugares. Vas a los cementerios de Pensacola, de Mobile, y encuentras las tumbas de los que no pudieron volver; vas a Cayo Hueso y allí está el templo, están los lugares santos de los cubanos, el Club San Carlos –que, entre paréntesis, le pertenece a la República de Cuba–; pero, además, hoy viven en Estados Unidos infinitos cubanos que nunca fueron enemigos de la Revolución sino luchadores por Cuba, por la libertad de Cuba, y sus hijos no creen ya en las mentiras de una élite furiosamente anticubana, que ha renunciado a ser cubana, pero que no ha olvidado nunca su odio visceral contra la Revolución que les despojó de sus privilegios.

Pero hoy, al mismo tiempo existe un quórum en Estados Unidos por parte de los cubanos, de volver a Cuba, de encontrarse con su gente, de ir a las tumbas de sus muertos, de volver a su pueblo. Por otra parte, tenemos derecho a mantener una relación de amistad con la nación americana, con sus artistas, con sus instituciones, y aun con un Estado norteamericano que olvide su política ancestral con relación a Cuba y escuche la voz de todos aquellos que desde tiempos remotos hasta Lucius Walker y hasta nuestros días, han luchado por Cuba.

No olvidemos nunca que cuando el ciclón Katrina se abalanzó sobre suelo norteamericano, Fidel decide crear una brigada, y le da el nombre del más brillante de todos los mambises norteamericanos, el de un muchacho que a los 19 años vino a Cuba; un muchacho criado en Boston y Nueva York que luchó siete años y tres meses por Cuba; constelado de heridas, murió en Yaguaramas en la extrema vanguardia de la Revolución, velado por Agramonte, por su médico, el doctor Luaces; compañero de Máximo Gómez y de los grandes luchadores por la libertad. Ese fue el nombre que Fidel le dio a la brigada. Y cuando Fidel realizó el elogio de ese nombre para definir a una brigada que nunca fue aceptada para ir a Estados Unidos, cuando se hundía Nueva Orleans, la ciudad que tanto conserva de la historia de Cuba, esgrimimos el nombre de uno de los grandes americanos amigos de Cuba, que vino en la expedición del Perrit en mayo de 1869 junto a más de 80 jóvenes norteamericanos, muchos de los cuales fueron mártires de la independencia de Cuba, como pudo serlo Henry Reeve en la noche terrible en que casi todos ellos, sin hablar apenas el idioma español, fueron capturados y fusilados.

No olvidemos que al frente de esa expedición venía el general norteamericano Tomas Jordan, que fue presentado en el Demónico’s en Nueva York como el nuevo general para el Ejército Libertador de Cuba, contratado por la emigración cubana; no olvidemos nunca, que cuando Maceo cruza la trocha, en esos cuatro viajes, viene su coronel de la escolta Charles Gordon, héroe de Cuba; no olvidemos tampoco que muchos cubanos lucharon por la independencia de los Estados Unidos, lucharon allá con Washington, luego en el norte, y hay que decir la verdad, también en el sur de los Estados Unidos.

Pero del norte escogeré a los hermanos Cavada, que estuvieron en Gettysburg con Lincoln, uno de los cuales, Federico, llegó a ser, como abogado y coronel, auditor del ejército de los Estados Unidos. Se decía que era el mejor tipo del ejército americano, y el retrato que conservamos de él, lo conservamos vistiendo el uniforme de la Unión Americana. Pintor, artista, notable escritor, murió fusilado en Camagüey por la libertad de Cuba.

Quiere decir, no podemos vivir en una guerra perenne, ni luchando perennemente contra los fantasmas del pasado. Tiene que haber una paz con justicia, con dignidad, con decoro y con respeto. En este caso, no se le puede pedir al ratón las mismas condiciones que se le piden al gato que debe acceder a guardar las uñas bajo un guante de pelos; tiene que acostumbrarse a tratar de igual a un pequeño pueblo que ha representado como ningún otro el drama bíblico de David y Goliath.

(Tomado del Boletín Se dice Cubano)