Muchas veces elaboramos nuestros juicios apegándonos lo más posible al rigor científico. Normalmente, no aparecen en ellos las anécdotas, los relatos de protagonistas o testigos, tampoco medimos el peso de estos en una determinada coyuntura. Esos relatos, que vuelan en la tradición oral, y la típica expresión “me lo contó alguien que tiene porqué saberlo”, pueden explicar, en parte, la dimensión de acontecimientos que nosotros apenas percibimos.