¿Y ahora a quién le mando la carta de felicitación el 13 de agosto?

Por Miguel Ojeda
Toda Cuba ha expresado mediante múltiples formas su gratitud y cariño a Fidel. Unos lloran desconsolados, otros admiran reflexivos su obra, como la Patria contempló orgullosa a los hombres que una vez se alzaron por su independencia. De cualquier forma, nadie se resigna a creer que Fidel se ha ido.
Entre valles y montañas, allá por Santiago, todavía permanece el dolor ante la partida física del Comandante en Jefe. Es allí, en el Cementerio Santa Ifigenia, donde reposan las cenizas de nuestro Fidel. Hasta ese lugar, custodiado por la emblemática Sierra Maestra y por hombres y mujeres de pueblo, llegan diariamente peregrinos de todas las latitudes para expresar su gratitud y admiración.
Como cubano, sentí la necesidad de llegar hasta el altar de la Patria, de estar con Fidel. Y así fue.
Después de visitar Santa Ifigenia pensé que podía sobreponerme a las innumerables emociones que había desafiado desde la noche del 25 de noviembre del 2016. Desde entonces, con los ojos empañados, preferí admirar orgullosamente todo lo que hizo y logró Fidel, antes que llorar una de las vidas más fructíferas y nobles que ha conocido la humanidad.
Sin embargo, no pude evitar que tan solo un día después de la visita a Santa Ifigenia volviera a empañarse mi vista.
Con la humildad que caracteriza a los campesinos cubanos, se me acerca una señora menuda. Su nombre: Sobeida Guerrero, de la localidad santiaguera de Aguacate. Hacía años que no nos veíamos. Inmediatamente me abraza y me besa. Luego, me pone al tanto de su estado de salud, habla con pausa de las sendas operaciones que ha tenido que enfrentar para mantenerse con vida. Ella sabe que no ha tenido que pagar ni un centavo. Sabe además que Fidel ha estado detrás de todo eso.
La relación del Comandante con el pueblo cubano, y en especial con el campesinado, es tan íntima que cada uno de nosotros siente un vínculo especial con él. Ese hombre excepcional, profundamente martiano, fue capaz de predicar con su ejemplo, de echar su suerte con los pobres de la tierra. Por eso es tan querido por los que tienen menos (por fuera, pero mucho por dentro), por los agradecidos.
Sobeida, vale aclarar, es una madre soltera que no tiene más riqueza que a su único hijo, el cual -me comenta alegremente- al fin iría “a estudiar en La Habana para policía”.
De pronto, cambia el semblante y con mirada extraviada añade: “¡Mijo, tú viste lo del Comandante! ¡Eso ha sido lo más grande del mundo!”. Con voz tenue y las manos en el pecho continúa diciendo que ese día casi le daba “una cosa”, que todavía no se había recuperado.
Y así, durante unos minutos continuó expresando, entre sollozos, el amor y la admiración que sentía por Fidel. Entonces, me confesó que todos los años mandaba una cartica de felicitación para el Comandante a la Emisora “Radio Grito de Baire”, en el municipio santiaguero de Contramaestre. En sus misivas, le deseaba mucha salud y fuerza, entre otros detalles que no me reveló.
Hasta ese momento yo había logrado resistir la emoción. Eran palabras sinceras e improvisadas, pero sentidas.
Lo que me nubló la vista por un instante fue su pregunta: ¿Y ahora -mijo- a quién le mando yo la carta de felicitación el 13 de agosto?
Sobeida, campesina cubana, aprendió a leer y a escribir con la Revolución. (Pensando Américas)