Entre 2015 y 2016 primó un nuevo enfoque en las proyecciones de Estados Unidos hacia Cuba: se le excluyó de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo; se restablecieron las relaciones diplomáticas con embajadas en ambas capitales; se firmó un declaración conjunta para garantizar la migración regular, segura y ordenada, que puso fin a la política de “pies secos, pies mojados” y al programa de admisión para profesionales cubanos de la salud; se reanudó el correo postal directo y se restituyeron los vuelos comerciales de aerolíneas estadounidenses; se firmaron acuerdos de telecomunicaciones y contratos con una compañía norteamericana para la gestión de dos hoteles en La Habana; se concretaron más de 1 200 acciones de intercambio cultural, científico, académico y deportivo; más de 230 delegaciones empresariales y 284 000 turistas estadounidenses visitaron la Isla en 2016 (crecimiento del 74 % respecto a 2015), y ese mismo año se concluyeron 23 acuerdos comerciales. No obstante, se “mantuvo sin variaciones esenciales la proyección geopolítica de Estados Unidos sobre Cuba, de promover cambios en el orden político, económico y social, con un enfoque más sutil y en correspondencia con la concepción estratégica del denominado ‘poder inteligente’” (González, 2017).