Parrandas y contrastes

Mar 03, 2015

El año 2014 se despidió con las tradicionales parrandas celebradas en diciembre en varios poblados de nuestra provincia. Miles de personas disfrutaron —o se desencantaron— de estas fiestas, declaradas Patrimonio Cultural de la Nación en el 2013, y que encierran en sí la identidad, la pasión y las raíces culturales cultivadas durante siglos en cada una de las comunidades donde se desarrollan.

En esta ocasión, Caibarién y Zulueta constituyeron ejemplos de organización, disciplina, seriedad y compromiso con sus respectivas parrandas. En ambos poblados se observó la consagración de los barrios para alcanzar el éxito, tanto los de La Loma y La Marina, en la Villa Blanca, como los de La Loma y Guanijibes, en la bien llamada Cuna del Fútbol Cubano.

En la tierra natal del trovador Manuel Corona deslumbró la vistosidad de los trabajos de plaza y vestuarios. No hubo atraso en las salidas de las carrozas y cada bando hizo lo que le correspondía. Allí se involucraron, codo con codo, tanto las instituciones oficiales como los barrios, un elemento primordial para que las cosas salgan bien, de acuerdo con el programador y especialista Benito Carreras Pérez, de la Sectorial de Cultura caibarienense.

En Zulueta, según testimonio del investigador y promotor Alejandro Batista López, los parranderos «con sus propios esfuerzos, lograron hacer las carrozas, así como cerrar el período parrandero del centro de la Isla con la más elegante exhibición de fuegos que se haya conocido en esta última etapa. Tanto un barrio como el otro mostraron una vez más su destreza en el incursionar del arte popular».

Por desgracia, no todas las parrandas fueron exitosas. Sobre los festejos en Quemado de Güines, el divulgador Yoanki Fernández Arias refiere que los barrios demoraron en romper; la calidad de los equipos de audio fue mala, faltó originalidad y majestuosidad en las carrozas, y la organización en las salidas de changüíes y comparsas fue pésima, entre otros desaciertos.

Asimismo, la parranda remediana, madre de todas las demás, y a la cual asistí el pasado 24 de diciembre, dejó también mucho que desear, pues no estuvo a la altura de su historia y prestigio.

El trabajo de plaza del barrio El Carmen (Gavilán) no se terminó ni encendió a la hora acordada, al contrario de la de San Salvador (Gallo), que sí pudo mostrar a plenitud su obra de unos 90 pies de altura.

La carroza de los carmelitas (seguidores de El Carmen) brilló por su ausencia, un hecho inusual en la historia; mientras, la del Gallo salió con atraso y, para colmo, a medio camino quedó a oscuras y tan sombría como el ánimo de los sanseríes (los de ese barrio). Por otra parte, los fuegos artificiales escasearon notablemente, aunque en Caibarién ocurrió igual.

El amor y la entrega por las parrandas de los remedianos lo constaté al ver a los del Carmen sufrir lo indecible por no poder concluir su trabajo de plaza y, también, cuando a los parranderos de San Salvador se les quebró la última pieza de la carroza, y entre todos la alzaron para coronar el esfuerzo colectivo. Allí la población y los cientos de visitantes quedaron insatisfechos.

Luego de esos aciertos y desaciertos hay que lograr revertir los elementos negativos que dieron al traste con el éxito de las parrandas; en particular, la remediana. En conjunto, ellas representan el hecho cultural más trascendental de dichos territorios, y todos deben aportarle y defenderlo. De lo contrario pudieran estar en peligro de desaparecer, con el enorme daño espiritual que tal cosa acarrearía. (Tomado de Vanguardia)