Oscar Arnulfo Romero, un santo de los pobres de América

Los latinoamericanos recuerdan este martes la figura del arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, asesinado hace justamente 35 años por dedicar su vida a dignificar desde el evangelio a los pobres y perseguidos de su país, en medio de un cruento conflicto armado.
Romero denunciaba en sus homilías los atropellos contra los derechos de los campesinos y de los obreros, y ese activismo lo convirtió en un blanco de las fuerzas locales y extranjeras que buscaban impedir una revolución en El Salvador, uno de los países más pobres de América.
La profundidad y valentía del legado atesorado en sus homilías y su actuar le ganaron el título popular de San Romero de América.
“La misión de la iglesia es reivindicar a los pobres, así la iglesia encuentra su salvación”, dijo en una de sus más aplaudidas frases en la homilía del 17 de noviembre de 1977.
El Papa Francisco aprobó a comienzos de este año la beatificación de Romero y se espera que el proceso concluya en los próximos meses.
Además, el legado de ese luchador por los derechos de los salvadoreños ha sido rescatado por las autoridades del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, compuesto por los mismos guerrilleros que buscaron la revolución armada en su país y que hoy gobiernan por mandato popular para llevar adelante importantes cambios en su país, muchos de los cuales eran reivindicados por Romero.
Oscar Arnulfo nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, a unos 160 kilómetros al este de la capital, en el departamento de San Miguel. Fue el segundo de ocho hermanos de una familia formada por Santos Romero, un telegrafista y empleado de correos, y Guadalupe Galdámez.
Recordado como un niño de salud frágil, desde que se asomó a la adolescencia confirmó su vocación y a los 13 años, en 1930, ingresó al seminario menor de su ciudad natal.
Su acercamiento a la jerarquía eclesiástica de la capital comenzó en 1968, cuando fue designado secretario de la Conferencia Episcopal, y el 21 de abril de 1970 se convirtió en una figura de rango nacional al ser nombrado por el Papa Juan Pablo VI Obispo Auxiliar de San Salvador.
Finalmente, su carrera religiosa llegó a la cúspide el 3 de febrero de 1977, cuando el papa Juan Pablo VI lo nombró Arzobispo de San Salvador, en un momento crítico de la dramática historia de su nación.
El domingo 23 de marzo de 1980 monseñor Romero pronunció su última homilía, la cual fue considerada como una sentencia de muerte debido a la fuerte denuncia que realizó.
Al día siguiente, un francotirador destruyó su corazón con un certero disparo mientras oficiaba misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia, cerca del centro de la capital.
Fue enterrado el 30 de marzo y sus funerales fueron una manifestación popular de compañía, sus queridos campesinos, las viejecitas de los cantones y los obreros de la ciudad.
La Comisión de la Verdad para investigar los crímenes durante el conflicto armado (1980-1992) en El Salvador, determinó al mayor de inteligencia Roberto D'Aubuisson (fundador del partido de derecha Alianza Republicana Nacionalista) como el autor intelectual del crimen.
Poco antes de morir asesinado, y casi de manera profética, el arzobispo había proclamado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”. A 35 años de su muerte, el legado de Romero está más vivo que nunca en su país natal y en el resto de América Latina.
Tomado de Granma