Los desafíos de las #FARC
Por Hugo Moldiz Mercado (*)
El paso de la lucha armada a la lucha política (electoral y de ideas), que implica el manejo de conocimiento de “secretos” diferentes y artes distintas, le colocan a las Farc –el partido más grande en militancia que nació en la historia de Colombia– una serie de peligros y desafíos que podrán a prueba su unidad, cohesión y madurez forjadas en más de medio siglo de rebelión armada y lucha clandestina.
Nacer a la vida política con cerca de 16 mil activos militantes forjados en la lucha armada y clandestina es un hecho poco usual en la historia política latinoamericana y no ha ocurrido nunca en Colombia. Por lo tanto, la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC) irrumpe con vientos a su favor, aunque no por ello con desafíos y peligros que pondrán a prueba su cohesión interna.
Y es que la fundación de las FARC este 1 de septiembre de 2017 en la plaza Simón Bolívar de Bogotá, donde se congregaron un poco más de 100 mil personas, marca un hito en la política colombiana de las últimas décadas, pues confirma el resultado de un estudio de opinión realizado por la transnacional Gallup en la última semana de agosto –pocos días antes de inaugurarse el Congreso fundacional del partido de las ahora desaparecida Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP)– que da cuenta de que el nuevo partido de izquierda estaba naciendo con el 12 por ciento de apoyo ciudadano, frente a la barrera del 10 por ciento que no era superada por ninguno de los partidos de derecha e izquierda colombianos vigentes. Hay que apuntar que el empleo de la palabra “común” no es improvisado: hace referencia a la organización e insurrección de los desposeídos contra la corona española en 1781, en el norte de Santander, Colombia, en rechazo a las injusticias cometidas¹.
El dato del estudio de opinión no es un accidente. De hecho, el 47 por ciento de los encuestados considera que la situación del país ha mejorado con la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno colombiano y el grupo guerrillero colombiano más antiguo y numeroso de ese país. Este dato, aunque no supera la barrera del 50 por ciento, es algo que traduce un ambiente favorable para la lucha política de las Farc respecto a la imagen negativa que se tenía poco antes e incluso después de anunciado el cese definitivo de las acciones armadas.
Pero lejos de pensarse la visualización de un camino relativamente “fácil” para la lucha político legal del nuevo partido colombiano, que tomó a la rosa como su símbolo, lo que más bien se vislumbra es la configuración de un escenario complejo y, por qué no decir, apelando a un lenguaje militar, bastante minado en el corto y mediano plazo.
Un primer desafío de las Farc –que ha elegido a su dirección de 111 integrantes mediante voto secreto, algo pocas veces visto en los partidos– será garantizar, por encima de todo, la unidad y cohesión interna. Decirlo es sencillo, pero sus dirigentes y ahora militantes pondrán a prueba cómo transitan de la madurez militar adquirida en más de medio siglo de vida institucional a la madurez política que se necesita para jugar dentro de las reglas de la superestructura jurídico-política construida por el Estado colombiano. Decir que la guerra es la continuación de la política por otros medios y que ahora la política será la continuación de la guerra por métodos distintos –de las armas a las urnas–, no reduce el reconocimiento de que ambos campos –guerra militar y guerra política– están sometidos a leyes objetivas cuya ignorancia de su manejo y transformación conduce a una muerte segura.
Las Farc no solo tendrá que contar con dispositivos que le aseguren la continuidad de la articulación y la disciplina de sus combatientes armados devenidos en militantes políticos, sino que está obligada a encontrar las formas más aconsejables para “fundir” en un solo “sentido común” a los ex guerrilleros, los integrantes de las milicias bolivarianas y a los miembros del Partido Comunista Clandestino. Los abrazos y besos fraternales durante el congreso fundacional eran previsibles, pues venían de no conocerse por el trabajo compartimentado; pero la relación del día a día en condiciones de lucha no armada se modificará sustancialmente, ojalá para bien.
Y garantizar la unidad como condición de las próximas victorias, como siempre aconsejó Fidel Castro, le impone a la dirección nacional y a todos los militantes de las Farc el cuidado de no tropezar en las múltiples trampas que el orden social capitalista le sembrará todos los días a través de sus operadores políticos, mediáticos y militares. El Estado es perverso y el que no se asimila corre el riesgo de ser destruido, más aún en un Estado colombiano que durante décadas ha desplegado mecanismos de todo tipo –políticos, ideológicos y militares– para imponer una lógica conservadora en la sociedad, complaciente con la violencia y disciplinaria de amplias capas urbanas, así como para evitar el surgimiento de una alternativa distinta al orden vigente. La amenaza de dividir al nuevo partido será una constante.
No es una casualidad que el Estado y el gobierno colombiano incumplan de manera sistemática con los acuerdos de paz firmados en septiembre de 2016 en La Habana, y, posteriormente, después del resultado de un plebiscito que obligó a incorporar algunos ajustes, en noviembre del mismo año. Ese hecho no es un descuido administrativo. Es una intencionalidad política para sembrar tensiones internas, escepticismo y desesperación. En realidad, la disputa entre conducir la aplicación de los acuerdos de paz hacia un desenlace a la guatemalteca o la salvadoreña está a la orden del día. La experiencia de Guatemala, donde en 1996 se puso fin a más de 36 años de conflicto armado, es la que la derecha y las clases dominantes colombianas esperan que suceda. Trabajarán para ello. La Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (UNRG) se dividió en varios partidos y nunca más tuvo la posibilidad de disputar el poder. Radicalmente distinto es lo que pasó en El Salvador, donde el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) firmó los acuerdos de paz en 1992, mantuvo la unidad, ganó varias alcaldías a través del voto popular y está al mando del gobierno nacional desde 2010 (primero con Funes y desde 2014 con Salvador Sánchez Cerén). Entonces ahí nace otro desafío: no dejarse provocar por el incumplimiento de los acuerdos de paz y apelar a las tácticas más inteligentes para que la comunidad nacional e internacional presionen sobre el Estado colombiano para no dejar escapar esta oportunidad valiosa para construir una paz estable y duradera que le interesa a la mayoría de los colombianos y colombianas.
Un tercer desafío para las Farc, no menos importante, es convertirse en el factor de unidad de los partidos de izquierda y progresistas colombianos, de los movimiento sociales, ciudadanos y ciudadanos patriotas y honestos, de los intelectuales y artistas; es decir, del común (de la gente) como Iván Márquez y Ricardo fundamentaron la nueva identidad política en la conferencia de prensa donde se hizo conocer algunos de los resultados centrales del congreso partidario. Esta coalición democrática de amplia convergencia –como sostuvo Márquez– es fundamental para impulsar un Gobierno de Transición para la Reconciliación Nacional en 2018, como rezaba el lema del congreso de días pasados. Será con desprendimiento y firmeza al mismo tiempo como las Farc podrán avanzar para persuadir a los cerca de 8 candidatos de la izquierda a no perder esta oportunidad histórica. Si la unidad no se da, que no sea por responsabilidad del partido que quiere Una Nueva Colombia, sino por la mezquindad de otros que no rompen con las prácticas perversas y rechazadas de la política. (Pensando Américas)
1. La insurreción de los comuneros fue un levantamiento armado gestado en el Virreinato de la Nueva Granada en 1781. Este tuvo lugar en lo que hoy es el departamento de Santander, Colombia. La insurrección estuvo motivada por la necesidad de reclamar un mejor tratamiento económico, como la rebaja de los impuestos por parte de la corona Española.
(*) Periodista, escritor y analista político boliviano. Es colaborador de Pensando Américas.