El legado histórico del 4F
Por: Adán Chávez
“Entramos al galope en febrero: febrero rebelde, de cara siempre al sagrado compromiso con el pasado, el presente y el porvenir de la Patria”.
Hugo Chávez
Iniciamos nuestro febrero insurgente, febrero de sueños para andar, para seguir transitando el camino de la Patria Buena que cantó el eterno Alí Primera.
Hace pocos días conmemoramos con entusiasmo los 28 años de la rebelión cívico-militar que irrumpió como un rayo en nuestra historia, sacudió las nefastas estructuras del puntofijismo y sus viejas formas de dominación, abrió perspectivas para la liberación nacional y sembró esperanzas en el Pueblo venezolano.
Tres años antes, los terribles acontecimientos del 27 de febrero de 1989 habían dejado al descubierto la naturaleza antipopular de los gobiernos del bipartidismo: la infame masacre cometida contra una población asfixiada por las políticas neoliberales impuestas desde el FMI. El Caracazo fue consecuencia del engendro económico bautizado como el Consenso de Washington, aplicado por el imperialismo con el vil apoyo de las castas criollas, traidores de la Patria, que durante años habían entregado nuestras riquezas a la oligarquía y a las corporaciones extranjeras, incrementando cada vez más la deuda social y el empobrecimiento de las grandes mayorías.
Los acontecimientos del 27 de febrero de 1989, aceleraron el accionar del MBR-200, proyecto estratégico que se venía gestando desde hace más de una década en los cuarteles de la Patria; proyecto bolivariano para los cambios profundos, en cuya vanguardia estaba el Comandante Hugo Rafael Chávez Frías.
El espíritu del 4F, Día de la Dignidad, está alimentado por hondos sentimientos de amor a la Patria, al pensamiento de Bolívar y su inquebrantable voluntad de lucha por entregar la mayor suma de felicidad posible a la Nación. Si analizamos aquellas palabras del Comandante Eterno, aquel por ahora que quedó incrustado para siempre en nuestra memoria, comprenderemos bien que, aunque la Operación Zamora no tuvo el éxito militar esperado, sembró dos grandes elementos en la conciencia colectiva de las venezolanas y los venezolanos: la esperanza, la clara idea de que la lucha liberadora tenía ya amplias posibilidades de victoria; y la aparición de un líder revolucionario verdadero, auténtico, salido de nuestras raíces, del corazón del Pueblo, que asumió ante el país entero sus responsabilidades, que expuso en unos pocos segundos la esencia de esa lucha, las razones para continuarla y la necesidad de despertar de una vez por todas y levantarse contra la opresión capitalista.
Sin duda, la trascendencia histórica del 4F tiene su esencia en haber despertado la esperanza popular de un cambio, de enrumbar al país hacia un mejor destino. A partir de entonces, un viento nuevo comenzó a soplar en dirección a ese sueño. Estando Chávez en prisión, mientras los medios de comunicación reseñaban el fracaso de la rebelión y daban amplia cobertura a los voceros del gobierno para construir una matriz de opinión negativa alrededor de los insurgentes, tratando a toda costa de enterrar el impulso revolucionario de aquel movimiento; recibió la visita de un sacerdote, el Padre Torres, quien le dijo al Comandante que afuera, en las calles, había “una ola de amor, un fuego divino”. Era aquel viento esperanzador, que ya comenzaba a convertirse en un verdadero huracán, un huracán bolivariano indetenible.
Hoy recordamos aquella gesta histórica, en medio de feroces arremetidas y pretensiones imperialistas de aplastar a la Revolución Bolivariana. Por eso no es suficiente conmemorar y rememorar a los valientes héroes del 4F. Necesario es sostener la lucha, prepararnos cada día con mayor sacrifico y entrega, desde el aspecto ideológico hasta la praxis revolucionaria, la organización y formación para la defensa de la soberanía en cada Comuna, en cada barrio, en cada calle, en cada centro laboral, en cada cuartel. Es el mayor juramento de lealtad que podemos hacer a quienes sacrificaron todo por devolvernos, con la acción de aquellas horas de terrible incertidumbre, la luz que alumbraría los designios del porvenir de la Patria.
Quiero cerrar estas reflexiones en el febrero rebelde que comienza, con las palabras de nuestro Comandante Chávez, quien parece observarnos sin descanso desde el Cuartel de la Montaña: “El 4 de febrero recogió el anhelo y la esperanza de millones durante siglos. ¡Esa es su fuerza! Y esa fuerza, creo que no se apagará nunca. ¡Depende de nosotros!”.
¡Viva el 4 de febrero de 1992!