Cuba: Tecnologías de la información y las comunicaciones para todos
La Declaración Universal de Derechos Humanos, en su artículo 28, proclamó el derecho de toda persona a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades reconocidos en ese instrumento se pudieran hacer plenamente efectivos. Sin embargo, ese orden no ha pasado de ser una quimera.
La cooperación internacional en función de una Sociedad Mundial de la Información justa, equitativa y solidaria necesita primero pasar por la comprensión profunda de la gran variedad de problemas que afrontan los distintos países y regiones, y tener en cuenta el pleno respeto de la diversidad política, económica, cultural y social de cada uno de ellos, en estricta conformidad con los principios y propósitos de la Carta de las Naciones Unidas.
La diversidad, lejos de debilitar los valores universales de la civilización humana, constituye su principal fuerza y riqueza. Toda cultura tiene una dignidad y un valor que deben ser respetados y protegidos. Todo pueblo tiene el derecho y el deber de desarrollar su cultura.
Sin embargo, el proceso de globalización en curso somete estas cuestiones a los rígidos patrones de la doctrina neoliberal, cuyas recetas solo profundizan las condiciones de desigualdad e injusticia prevalecientes en las relaciones económicas internacionales y en la distribución mundial de las riquezas.
En este contexto, ¿cómo hablar de “sociedad de la información”, si antes no logra crearse la “sociedad del alfabeto” o la “sociedad de la alimentación”?
Hay que impulsar la inclusión en la sociedad de la información de la mayor cantidad de personas posible, pero no por eso puede dársele la espalda a los 815 millones de hambrientos que hay en el mundo, los 1 200 millones de personas que viven en la pobreza extrema, los 115 millones de niños sin acceso a la educación y los 2 400 millones de personas sin saneamiento básico.
De nada vale la introducción masiva de las nuevas tecnologías, si antes no se alfabetiza a los 854 millones de adultos que no saben leer ni escribir, para quienes una computadora es un objeto no solo inaccesible sino incluso poco funcional.
La Humanidad tiene que pensar en aumentar la conectividad, pero no puede desconocer que de una población mundial de más de 6 350 millones de personas, apenas 680 millones tienen acceso a Internet.
Contrasta el dominio del inglés en la Red, que acapara el 75 por ciento de los contenidos difundidos en las páginas Web, con la casi nulidad de contenidos en idiomas como los arábigos, utilizados por una significativa parte de la población mundial, o la ausencia casi total de otras lenguas cuyo proceso de extinción se acelera por fenómenos como la expansión de Internet.El impacto cultural que supone la estandarización de patrones occidentales es mucho más grave en el caso de los jóvene
y niños, a partir de la transculturación que se ejerce mediante la industria del entretenimiento, donde juegan un papel importante los juegos electrónicos, en su mayoría nocivos desde el punto de vista educacional.
Las normas y valores ideológicos y culturales de un modo de vida que exacerba al individualismo y la violencia son impuestos de manera creciente a todo el mundo.
Igualmente nociva resulta la aplicación de políticas de estímulo al “robo de cerebros” que inciden en particular sobre los países subdesarrollados.
No basta con frenar este fenómeno, sino también es necesario impulsar una revolución educativa internacional, para cuyo financiamiento bastaría con reducir los gastos militares actuales. Solo con lo que invierte Estados Unidos en tres semanas de campaña en Iraq, se podría alfabetizar a 1 500 millones de personas en el Tercer Mundo.
Es inadmisible que instrumentos del desarrollo como las TIC sean utilizados sin control para producir armas cada vez más letales, incluidas las nucleares.
No puede perderse de vista que cada vez más, bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo, se expanden conceptos como vigilancia e inteligencia tecnológicas, que enmascaran el espionaje masivo, quebrantan los derechos civiles, restringen los avances democráticos y reprimen a quienes disienten o se oponen a los designios imperiales.
Los injustos fundamentos del orden económico internacional vigente obstaculizan la construcción de una Sociedad Mundial de la Información justa, equitativa y solidaria.
La cooperación internacional para la realización del desarrollo es un derecho inherente a los pueblos del Sur.
La comunidad internacional tiene el imperativo ético de detener e invertir la tendencia a la marginación de cientos de millones de personas del disfrute de los beneficios de la globalización y la interdependencia.
El establecimiento de un Nuevo Orden Mundial de la Información y las Comunicaciones no es una aspiración utópica; es una necesidad impostergable para que los países en desarrollo y amplios sectores sociales en los propios países industrializados puedan enfrentar con éxito los planes de dominación política y cultural diseñados en los principales centros de poder del capital transnacional.
Tomado de Especienepeligro