Che sigue gigante en la plaza Ernesto Guevara de Cuba
Che sigue gigante en la plaza Ernesto Guevara de Cuba
Por: José Antonio Fulgueiras
Desde la estatua esculpida en bronce, con el fusil en una mano y la otra al lado de un cabestrillo, Ernesto Che Guevara luce cada día más gigante en el complejo escultórico que guarda sus restos mortales.
El pueblo de esta urbe, al centro de Cuba, se concentrará aquí este 8 de octubre para rendirle homenaje al comandante guerrillero argentino-cubano en el aniversario 55 de su asesinato en tierras bolivianas (1967) junto a un grupo de combatientes internacionalistas cubanos, bolivianos, argentinos y peruanos.
Más de cinco millones 250 mil personas de la isla y del mundo visitaron este sitio inaugurado el 28 de diciembre de 1988, pero que alcanzó su mayor celebridad el 17 de octubre de 1997, cuando dentro de un memorial comenzaron a alinearse los nichos con los restos del Che y sus compañeros de guerrilla.
El entorno del memorial es sobrio y radiante a la vez, en una interpretación del arte y la naturaleza de lo que fue en vida y gloria el Comandante de la boina y de la estrella rebelde.
El Che Guevara, aunque nunca se lo propuso y lo evitó a toda costa, lució grande y volcánico sobre todo lo que le rodeaba. Cuesta aún definir exactamente la razón de su encanto, pero tal vez el mejor acercamiento lo hizo el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, cuando lo calificó de gigante moral.
Sus compañeros de guerrillas que aún viven, lo recuerdan por el caminar jadeante e indetenible por los vericuetos de la Sierra Maestra, ora cargando fusil y mochila, ora extrayéndole una muela a un campesino, ora exhibiendo su destreza en la invasión de Orienta a Las Villas.
Me comentaba el héroe de la República de Cuba Harry Villegas (murió el 29 de diciembre de 2019 en La Habana), que en 1958, cuando entraron en Santa Clara en medio del fragor del combate, la gente abría las puertas y coreaba: «Che, Che» y luego le tendían la mano y lo conminaban a pasar al interior de sus viviendas. Cuando fueron a construir el monumento que hoy está en la plaza santaclareña, el escultor principal, José Delarra, pidió erguirlo en la loma del Capiro a la vera de la ciudad, pero la idea se desechó pues podía dar una interpretación grandilocuente contrastante con la sencillez de uno de los hombres más llanos y austeros que recuerde la historia.
Quizás la frase más profética en los momentos que se iniciaban las construcciones la expresó el Comandante de la Revolución Juan Almeida: «No se preocupen del tamaño que la hagan; la escultura del Che va a ser la escultura del universo».
Y así lo ha sido.
En una entrevista con el escultor José Delarra (murió en La Habana el 26 de agosto de 2003) este recordaba que Aleida March le dio la camisa, el pantalón, el zambrán y la funda de la pistola, y en Tropas Especiales hallaron a un muchacho de cuerpo y estatura similares, a quien le pusieron la ropa.
«Cuando hice la figura estuvieron en el estudio la mayor parte de los miembros de la Columna 8, los últimos el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés y Harry Villegas, sobreviviente de las guerrillas del Congo y Bolivia, y Aleida March, quien fuera su esposa y compañera de lucha.
«Todo lo hice bajo un rigor investigativo absoluto. La posición de la estatua del Che no obedece a una sola fotografía, sino a muchas. Por ejemplo, tiene el brazo enyesado, pero no está metido dentro del cabestrillo. Eso demuestra el carácter del Che, que aun teniendo el cabestrillo, no lo usaba», dijo.
El monumento al Che posee una forma geométrica, con un gran relieve rectangular de seis por 18 metros, explicó, y tiene la concepción áurea de la composición que inventaron los griegos, agregó.
Según Delarra, la base es un cubo rectángulo de tres por diez metros, y el otro rectángulo -donde están el Che haciendo trabajo voluntario, los niños en la alfabetización y la carta que le deja a Fidel- posee seis por tres metros.
Todo eso descansa en un rectángulo de 72 metros de largo, en el cual hay dos cubos de tres por tres metros; ese conjunto, dijo el artista, caracteriza la personalidad del Che: sólida, sencilla y muy definida. Destacó que él representó la figura del Che más allá de la propia escultura. El Guerrillero está simbolizado en los árboles, las palmas y los olivos que conforman el entorno, y en las recogidas de tornillos, planchas, tubos y piezas que hicieron los santaclareños en más de 500 mil horas de trabajo voluntario.
Concibió, asimismo, la escalinata para las actividades políticas y culturales. Esta forma escalonada permitió que hubiera espacio para un museo y salones de protocolo y documentación.
«En aquel momento -enfatizó- no pensé que pudieran aparecer los restos del Che, pero en realidad, el espacio existió. Un área de 900 metros cuadrados, donde hoy descansan sus restos junto a los de sus compañeros caídos en Bolivia».
El Entorno De La Plaza
Desde lo alto de la ciudad, con el mundo atrapado en la pupila y la fragancia del monte en el uniforme, el Che insta a continuar su ejemplo; por eso el artista lo hizo acompañar de 144 figuras que, en un mural a relieve y en expresión de movimiento, destacan a quienes combatieron junto a él en la Sierra y en el llano. También le imprimen sobriedad y fortaleza al conjunto, tres jardineras de ofrendas permanentes: una de ellas con el texto íntegro de la carta a Fidel, y en las otras se muestra al Guerrillero en el trabajo voluntario y la participación de la juventud en la obra de la Revolución.
Late la historia al paso indetenible de las columnas invasoras Ciro Redondo y Antonio Maceo, comandadas por el Che Guevara y Camilo Cienfuegos, respectivamente.
Basta escudriñar cada trazo del creador sobre la cubierta de mármol para percibir la huella de aquellos hombres desde Oriente hasta Las Villas. También se creó un espacio para sepultar a los combatientes que estuvieron junto al Che en la ofensiva contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958) en tierras villareñas.
El museo, dentro del complejo, atesora las más íntimas pertenencias del Che. Allí está su abrigo, el de la famosa foto de Korda que recorre el mundo y se preservan objetos que permiten desentrañar los valores de su personalidad a través de imágenes, fotografías, planos y documentos, ordenados desde la niñez hasta el último disparo.
Permanecen también los binoculares que utilizó en el Congo y el plato de campaña donde ingería la magra ración en Bolivia.
El memorial es un espacio pequeño y cerrado, que puede evocar la selva. Custodia los restos del Che y sus compañeros caídos en tierras bolivianas, desde el retorno del jefe de la guerrilla junto al primer grupo de su Destacamento de Refuerzo, como lo llamó Fidel Castro aquel histórico 17 de octubre de 1997.
Los arquitectos villaclareños Blanca Hernández y Jorge Cao asumieron el diseño del memorial; cambiaron la concepción de los espacios ya existentes en el edificio. Delarra realizó los 38 rostros de los héroes que están en las tapas de los nichos, así como los osarios de los 30 que ya se encuentran dentro de estos.
A la distancia de varios años, miles de personas de todo el mundo siguen arribando a este sitio: unos se persignan, otros adoptan posición de firme en saludo al jefe, al camarada. Este es un templo, pero de la humanidad, el decoro y la dignidad.
La llama del fondo sigue eterna, y aún parece que Fidel Castro prende la luz. Perdura el tramo de selva inexplorado, el Che no se ha quitado el traje de campaña y sus pasos, como al inicio, van en busca de la equidad, la razón y la justicia.