Cartas a #Fidel

Dic 19, 2016

Por Marcela Pérez Silva (*)

1.
La niña monta a caballo. El caballo es azul y tiene las crines rojas. Rojos son también sus cascos. Su pelaje está cubierto de puntitos celestes. La niña es Camila y pronto cumplirá 8 años. Esta es la tarjeta de cumpleaños que ella misma ha dibujado. En primera fila está Tomás, su padre: se le distingue porque lleva puestas sus botas y su sombrero de poeta con una flor. Junto a él estoy yo, en brazos llevo a los gemelos: Juan y Sebastián, vestidos de rojo y azul, respectivamente. Completa el cuadro familiar su abuela, con anteojos de sol. A su lado, el señor altote con barba gris que siempre la acompaña...

Juan Borge aprendió a leer solito a los tres años. Tenía una pizarra imantada e iba pegando pequeñas letras de plástico. Así aprendió a poner su nombre y el mío y el de su papá y el de sus hermanos. Y aprendió a juntar las cinco letras de la palabra FIDEL: el novio de su abuela.

Mi mamá amaba a Fidel Castro. Estaba enamorada de él. Tenía su cuarto de Managua tapizado de fotos que había ido recortando de periódicos y revistas. En el altar mayor, su propio retrato abrazándolo feliz. Cuando supo que se iba a morir me pidió que le comprara un cuaderno. En la portada escribió: Cartas a Fidel. Comenzaba diciéndole: Eres, Fidel, la dignidad de América…

2.
La primera vez que vi a Fidel fue en la Plaza de la Revolución de La Habana. Era el 14 de noviembre de 1983 y un millón de cubanos se habían reunido para despedir a sus veinticuatro compatriotas asesinados en la invasión ordenada por Ronald Reagan a la isla de Granada.

Granada era uno de los Estados independientes más pequeños del mundo. Vivía del cultivo de nuez moscada, jengibre, canela y clavo de olor, y se había convertido, bajo el gobierno socialista de Maurice Bishop, en un símbolo de independencia y progreso en el Caribe. Cuba, con su proverbial generosidad, había enviado brigadas de médicos, maestros y técnicos de diversas especialidades. Además de constructores, para apoyar a los granadinos en la construcción de un aeropuerto que les sirviera para propiciar el turismo. Ronald Reagan, en su locura armamentista, acusó a Cuba de estar construyendo un aeropuerto militar, para instalar una base militar soviética. Declaró a Granada una amenaza potencial para los Estados Unidos de Norteamérica y desató la operación Furia Salvaje: siete mil rangers en paracaídas desembarcaron el 25 de octubre en aquella islita minúscula, entre los árboles de canela y los de clavo de olor.

Tres semanas después, en la Plaza de la Revolución, Fidel fue desmantelando una a una las mentiras del Imperio, mientras su pueblo le respondía: ¡Fidel, aprieta, que a Cuba se respeta!

Se dijo que el buque “Viet Nam heroico” -rugió esa tarde el Comandante- que se encontraba en el puerto de Saint George el día de la invasión, llevaba armas especiales, cuando sólo llevaba un arma temible, su nombre: "Viet Nam”.

Yo, limeñita de veintitrés años, inmersa en un mar de corazones palpitantes, me sentí desde ese día una cubana más. Una cubana nacida en otro lugar del planeta, como nos sentimos muchos. Y grité con todos: ¡Fidel, seguro, a los yankis dales duro!

El imperialismo se empeña en destruir símbolos, porque conoce su valor -explicaba Fidel, mucho más claramente que mi profesor de semiótica-. Quiso destruirlos en Granada, quiere destruirlos en Nicaragua, en Cuba. Pero los símbolos, los ejemplos, las ideas no pueden ser destruidos. Todo intento por destruir nuestras ideas justas sólo conseguirá multiplicarlas.

Por unos segundos, mi amigo Raúl Cintas Rodríguez me ofreció treparme sobre sus hombros y me prestó sus binoculares. Entonces lo pude ver: magnífico en su uniforme verde olivo, agitando los brazos desde la tribuna, bajo la sombra de José Martí. Mi retina ha conservado intacta esa imagen entrañable de Fidel, mientras decía:

Estos hombres a quienes enterraremos esta tarde lucharon por nosotros y por el mundo. Pueden parecer cadáveres. Sin embargo, ellos no son cadáveres: ¡son símbolos! ¡Su ejemplo se multiplicará, sus ideas se multiplicarán y ellos mismos se multiplicarán en nosotros!

Lo mismo digo ahora, Comandante, a tres semanas de tu partida. ¡Tu ejemplo, tus ideas, tus sueños de una Patria Grande justa, libre, digna y soberana se multiplicarán en nosotros! ¡Qué vas a ser tú un cadáver: tú eres un símbolo! Eres polvo enamorado dentro de un peñón de granito. Un inmenso grano de maíz. (Pensando Américas)

*Embajadora de Nicaragua en Perú